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Epílogo para un fracaso

Afirmaba Alonso hace unos días en As que calificar de fracaso el proyecto de McLaren con Honda le parecía excesivo. Suelo compartir la mayoría de sus opiniones, me parece un tipo muy sensato, pero en esta ocasión estoy en absoluto desacuerdo. Fracaso es lo más amable que se me ocurre para tal despropósito, podríamos ampliar el glosario a ridículo, vergonzoso o patético. Porque conviene poner las cosas en perspectiva y de ningún modo se puede obviar que han sido tres temporadas de fracasos, falsas esperanzas y promesas incumplidas. Y todo ello cuando se hace referencia a una escudería legendaria y a un gigante de la automoción, desde luego no se trata de un equipo debutante o un fabricante artesanal de motores en una nave perdida en la campiña inglesa...

Es gravísima la sensación de incompetencia que ha dejado una marca del prestigio de Honda, que creo que en absoluto se corresponde con su verdadero poderío industrial y tecnológico. Es una lástima que hayan comprometido la capacidad de un estructura tan asentada como McLaren, históricamente semillero de grandes monoplazas. Pero como españoles y admiradores del talento deportivo, sobre todo es injusto e injustificado que hayan arruinado tres años de la carrera de un piloto en su mejor momento, en plena madurez y que no merecía ser víctima de tal catástrofe.

Alonso se ha despedido de los motores Honda estrellando su coche. Una simple anécdota pero puede que representativa de lo que ha sido esta etapa oscura de su trayectoria en la Fórmula 1. Siempre por encima de la mecánica, arriesgando más de lo necesario y buscando motivación donde parecía no existir. Así un día tras otro, carrera a carrera hasta el final de una pesadilla de la que, por fortuna, ya podemos despertar. Sí, ha sido un fracaso mayúsculo, entre otras cosas porque, en honor a la verdad, nadie se hubiera atrevido a pronosticarlo en su magnitud cuando se gestó. En eso tampoco Fernando se equivocó. Simplemente el caballo ganador ha resultado ser un mulo renqueante.