Le toca intervenir a Zidane

Es una liga áspera, de considerable fatiga, para el Real Madrid, que no encuentra la velocidad de crucero en el juego. Tampoco en los resultados. Venció al Málaga, pero la trayectoria ha sido irregular desde el comienzo del campeonato. Tardó una eternidad en ganar su primer partido en el Bernabéu, y ahora los resuelve con angustia. La hinchada venía de una temporada feliz y se había preparado en la Supercopa para algo grande. Desde entonces, la mayoría de los partidos en Chamartín han sido decepcionantes o tortuosos.

Todavía está a tiempo el Madrid de hacer todos los deberes, aunque ahora apunta a otra cosa. Ha perdido rasgo, no se le identifica por algo en concreto. Ni es eficaz en el capítulo defensivo, ni ágil en la elaboración, ni ha destacado su contundencia goleadora, que ha sido tradicionalmente el flotador del equipo cuando no le alcanzaba con el fútbol. Está, en definitiva, a una distancia sideral del Madrid que acabó la temporada anterior a todo trapo. Era un equipo redondo que cambiaba a titulares por suplentes y el juego todavía era mejor. Era el mejor equipo de Europa, y nadie se atrevía cuestionarlo.

Una característica misteriosa del fútbol es su capacidad para deshacer la magia, o para crearla sin apenas aviso. La armonía depende de tantas cosas (la salud de la plantilla, el acierto en los fichajes, el vigor competitivo, la gestión del entrenador para controlar los egos y su buena mano para tomar las decisiones tácticas correctas, la habilidad para corregir los defectos sin dar sensación de dramatismo…) que cualquier defecto puede provocar un efecto dominó y arruinar el optimismo a cualquier equipo instalado en la gloria.

El Madrid, destinado a la hegemonía en España y en Europa, se ha vuelto decididamente terrenal. Sufre como cualquiera y no convence a su hinchada, impaciente por naturaleza. El partido con el Málaga resumió la temporada del equipo: le sobra potencial, pero le cuesta aprovecharlo. Su defensa (o el sistema defensivo) concede demasiado, el medio campo ha perdido precisión y agilidad, los delanteros son escasos y no andan sobrados de goles. El Madrid ha perdido ángel en estos tres meses de competición. Se ha vuelto demasiado humano. Zidane, que ha demostrado una habilidad extraordinaria para gestionar la plantilla, está en la obligación de restaurar las cualidades perdidas por el Madrid. El equipo pide a gritos su intervención, decisiones capaces de devolver al Madrid los rasgos perdidos. Ningún jugador ha mejorado sus prestaciones con respecto a la temporada anterior, y en algunos casos el descenso es bastante evidente: Marcelo, Kroos, Modric, Benzema y Cristiano, destinado a desatar su furia goleadora en cualquier momento, pero muy lejos de sus números habituales a estas alturas del campeonato.

Tampoco se ha percibido el impacto del banquillo. Lucas Vázquez es menos febril en sus apariciones, Casilla está cada vez más lejos de Keylor, Asensio se debate en el limbo del suplente que merece ser titular o el titular obligado a ser suplente y no hay ningún nuevo que asome con rotundidad en la alineación, que no se agita de manera suficiente. Es cierto que las bajas de Kovacic y Bale restan capacidad de maniobra a Zidane, pero la hinchada comienza a preguntarse por qué Ceballos es tan figura en la Selección Sub-21 y tan secundario que es casi invisible en el Madrid.

En una plantilla menos homogénea que la de la temporada anterior (Pepe, Morata, James y Danilo eran veteranos de muchas guerras) y con el equipo más vulnerable, le ha llegado la hora a Zidane, a cuyas muchas habilidades tiene que añadir la convicción para dar el giro que requiere el Madrid en el aspecto táctico (demasiado largo, demasiado permisivo, con graves dificultades para gobernar los partidos) y en la gestión de una plantilla donde los titulares se sienten demasiado titulares y los suplentes se admiten como irremediables secundarios.