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Bienvenido a los derbis, nuevo campo

Se mudó de campo, no de sentimiento. Este estaba todo ayer sobre las butacas rojas del Wanda Metropolitano. Aunque no suene igual que el Calderón. Aquel envolvía más, quién lo probó lo sabe, a éste hay que seguir acostumbrándose. Y eso que ayer su voz se oyó alto. Se jugaba un derbi, el primero a la orilla de la M-40. Los últimos románticos pensaron que no podrían pasar las previas lejos de Pirámides pero, sin embargo, ahí están, con la bandera del indio en la mano, a falta de tifo su grito, mientras cruzan la puerta 45. Es distinto, todo, pero es lo mismo, el sentimiento. En Paseo de Melancólicos el Ultramarinos de la Glorieta se vende, el Sport Bar hace 15 días que cerró, el Chiscón ya no abre los sábados. El Calderón se alza callado, mientras el fútbol se vive a 15 kilómetros. Las previas son en Zapatones, los puestos de bufandas ya han elegido su sitio también, ese caminito al estadio. Sale de una calle que sigue siendo Calderón, Luis Aragonés.

El Calderón se echará de menos en todo. Al menos hasta que los goles, partidos y momentos del Wanda Metropolitano lo vayan alcanzando. En todo menos en esto, los derbis. El Madrid parecía domarlos. Y eso que, “a morir, los míos mueren”, lo dice Simeone. Habla de sus jugadores, habla de su afición. Unos se dejan las piernas, otros las cuerdas vocales. Y, sin embargo, 51 años y tantos negar de cabeza. Que venía el Madrid y a veces, muchas, se iba ganando. Pero una nueva era ayer comenzaba. Y el nuevo campo alzó su puño rojiblanco. Tensión, alta intensidad y eso: a morir los míos mueren. Savic, Godín, Lucas. 0-0. El empate casi sabe a victoria. El Calderón, a 15 kilómetros de distancia, en su silencio, bien puede otorgar.