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Sonora pitada

Se oye a menudo a los comentaristas que un jugador, un árbitro, un entrenador, un presidente… “ha recibido una sonora pitada”. Si uno pone en Google “sonora pitada”, aparecen 62.000 resultados. Si a esas dos palabras se le añade “Piqué”, la búsqueda ofrece 26.800 registros. Así que, según se puede deducir, más de un tercio de las pitadas sonoras se las lleva él.

La Academia define este sustantivo, “pitada”, como “expresión pública de desaprobación y desagrado con pitos u otras demostraciones ruidosas”. Y como los pitos y las demostraciones ruidosas son por necesidad sonoros, no se concibe la posibilidad de articular ni un ruido silencioso ni un silbido que no suene.

Por tanto, hablar de “sonora pitada” es como decir una “hoguera de fuego”, o una “negra morcilla de Burgos” o “un aro redondo”: un pleonasmo.

Mientras no se precise otra cosa, las hogueras son de fuego, las sabrosas morcillas burgalesas tienen el color del carbón y los aros que no sean redondos no sirven para el baloncesto.

En vez de “sonora pitada”, los periodistas deportivos podrían utilizar algún adjetivo que añadiese algo al sustantivo al que acompaña, pues éste lleva ya incorporada en sí mismo la idea de la indudable percepción acústica. Por ejemplo, podrían hablar de “grandiosa pitada”, “injustas pitadas” (las que sufría Casillas, sin ir más lejos), “repentina pitada”, “sorprendente pitada” o “afinada pitada” (esto último también encajaría en el esquema de “sorprendente pitada”, pues la afinación no suele constituir ningún objetivo en estos casos. Es más, se prefiere desafinar para mayor desagrado del destinatario).

Y allá donde decimos “pitada” se podría mencionar igualmente “pita”, pues esta palabra designa lo mismo: una expresión desaprobatoria que se manifiesta con pitos. O con silbidos.

Pero así como con los pitos se forma una pitada, no nos ha dado por decir (salvo en el español de México), “el público le dedicó una gran silbada”. Seguramente aquí percibimos más ruidoso un pitido que un silbido, y por eso la segunda opción no haya triunfado mucho a la hora de referir un desagrado. El silbido puede manifestar más bien un aviso, un reclamo. Y el pito, empezando por el del guardia, siempre ha sido más incómodo. De hecho, sólo suele sonarnos bien el pitido del penalti a favor.

Y ya de paso, este madridista confeso y cautivo aprovecha para expresar su apoyo a Piqué. Yo nunca le pitaría. Y los pitos que recibe me invitan a aplaudirle con toda sonoridad