Valldemossa: Chopin dejó parte de su obra en un pueblo muy madridista

Con historia. La mochila viajera de las peñas me llevó esta vez hasta Valldemossa, un trozo del Paraíso ubicado en el corazón de la sierra de la Tramuntana. Apenas pasa de dos mil habitantes (2.027 censados), pero cada día triplican la audiencia con la invasión de turistas llegados desde los cruceros que amarran en el puerto de Palma de Mallorca. Todos buscan esa Cartuja plagada de historia. Ahí, en su celda número 4, estuvo el maestro Frédéric Chopin desde diciembre de 1838 a febrero de 1839. Una tuberculosis le tuvo contra las cuerdas, pero eso no evitó que compusiese su alabado Preludio Op. 28, una Polonesa, su segunda Balada y su tercer Scherzo. Allí sigue expuesto su piano Pleyel en La Cartuja, como gran reclamo turístico para los amantes de la obra del pianista polaco. También pasaron por aquí Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Jovellanos, Santiago Rusiñol... ¡Y la peña del Real Madrid!

Espíritu de Raúl. “Todo surgió en 2013 en el homenaje a Raúl en el Trofeo Bernabéu, en el partido contra el Al Sadd. Llorábamos en el Romaní viendo por última vez al eterno capitán defendiendo nuestro escudo. Ahí nos dijimos: ¡Hay que hacer ya una peña del Madrid!”. Nos lo cuenta orgulloso Tomeu Calafat, que fue panadero, camarero y corredor de seguros antes de ayudar a Enric Calafell, presidente de estos 80 valientes que forman, junto a la del Mallorca, la única peña futbolera que hay en el pueblo. “Las tres Champions ganadas estos años tienen calladitos a los culés. En los tiempos de Guardiola esto se puso insoportable...”.

Orgullo mallorquín. Rosa Roldán, novia de Tomeu, nos recuerda que la Tramuntana es un paraje único. A veinte minutos en coche llegamos a Sóller, y allí recorrimos desde el pueblo a la playa los siete kilómetros en un increíble tranvía de madera, inaugurado en 1913, que sigue radiante un siglo después. Se me acerca Toni Villa, otro alma mater de la peña que hace todo en honor a su padre, fallecido hace un año: “Él era puro madridismo, Roncero. En Valldemossa nos hizo blancos a casi todos”. Las huellas del sentimiento merengue, nunca mejor dicho, se notan en la pastelería Ca’n Molinas, donde son mundialmente conocidas desde 1920 sus cocas de patata (aunque no bajan de nota las del Bar Meriendas). Pero lo mejor de la noche fue el centenar de vikingos que cantamos el We are the Champions en el Romaní. Amigos para siempre...