Estambul y el baloncesto

La pasión turca. Vivir en Estambul un partido de su selección es como ir a Disneylandia para un periodista. Hay banderas del país por media ciudad. Los alrededores del pabellón se colapsan dos horas y media antes del duelo. El ruido previo al choque en la grada supera al de la cancha más ruidosa griega, serbia y lituana. Los periódicos deportivos dedican decenas de páginas a su equipo. Hay camisetas con los colores de Turquía a la venta en cada rincón. Los amantes de este deporte nos sentimos como Amancio Ortega en una tienda de Zara. En nuestra salsa. Es imposible no sentir pasión por el baloncesto en Turquía.

Inéditos. Los periodistas lógicamente a lo largo de un campeonato destacamos las actuaciones de las estrellas de las selecciones. Las de Gasol, Bogdanovic, Dragic, Porzingis y ­Shved han sido ya alabadas a lo grande pero... ¿Hay algún jugador que sea noticia por lo contrario? Claramente, sí. Los hay que han venido casi solo a entrenarse, como Abass (Italia), que solo ha atrapado un rebote, o Bitadze (Georgia), que ni eso. No debe ser plato de buen gusto pasar inadvertido. Sirvan estas líneas para reivindicar a unos tipos que algún día pueden dar que hablar. ¡Hasta Parker y Nowitzki no jugaron mucho en sus inicios!

Kokoskov. Detrás de este nombre plagado de tanta letra k se esconde el seleccionador que parece ser el mago que ha cambiado a Eslovenia. El equipo de Doncic juega hoy en octavos inmaculado ante Ucrania. Llegó hasta aquí como España: sin conocer la derrota. Al técnico sus pupilos le ponen por las nubes. Exjugador de baloncesto, apartado de las canchas por una grave lesión, ha pasado por media NBA como asistente y este año coincidirá en Utah con Ricky. Anteriormente, pasó por Clippers, Pistons, Suns, Cavs y Magic. Mucha carrera americana que ahora pone en práctica dirigiendo al equipo que, junto con España, más ha gustado.