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La nueva hornada ya no se arruga

Después de cuatro irregulares años, la nueva generación de internacionales se ha desprendido de los complejos y mira de frente el futuro. Por primera vez desde la Eurocopa de 2012, el último gran torneo que ha ganado España, los jóvenes no parecen intimidados por el recuerdo de las estrellas que se fueron y por la presencia de los campeones que permanecen en la Selección.

El gran ciclo español se definió por la tremenda categoría de sus jugadores, la convicción en el estilo y la personalidad del equipo. Tan admirable como su talento para jugar era la sensación de seguridad que ofrecía. Siempre transmitían la sensación de dominar los registros de los partidos. Era un equipo clínico. Rara vez se dejaba alterar por las circunstancias de un juego tan cambiante. En pocas ocasiones se ha visto en la historia del fútbol un grupo de jugadores más fuerte mentalmente.

Esta característica nunca fue más evidente que en el Mundial de Sudáfrica. La derrota ante Suiza en el primer partido, la lesión de Iniesta, la rodilla recién operada de Fernando Torres y las tremendas expectativas colocaron a España en una situación de máximo riesgo. Más que la brillantez en el juego, sólo totalmente exhibida en las semifinales con Alemania, a la Selección le caracterizó su capacidad para controlar todos los detalles, hasta los más imprevistos. La sucesión de Xavi, Iniesta, Alonso, Puyol, Busquets, Casillas, Sergio Ramos, Villa y compañía se antojaba dificilísima en el capítulo estrictamente futbolístico y casi imposible en el mental. Pero las noticias son optimistas: la nueva hornada se ha hecho adulta.

No era fácil ser Isco, Morata, De Gea, Koke o Carvajal en 2014, cuando la mayoría de ellos debutó en la Selección. Llegaban con el crédito de sus éxitos en las categorías juveniles, pero ese prestigio resultaba enano en comparación con la mítica magnitud de sus predecesores. La historia de los últimos cinco años, desde la Eurocopa 2012, el último torneo conquistado por España, explica las dificultades y las frustraciones de una generación que ahora parece dispuesta a volar.

Hasta hace pocos meses, España ha sido el equipo de Sergio Ramos, Piqué, Busquets, Iniesta y Silva. Para referirse a De Gea, Isco, Carvajal, Morata y Koke, no se puede hablar de nuevos, ni de inexpertos. Todos tienen una trayectoria de cuatro años en la Selección y son figuras en algunos de los mejores equipos del mundo. Sin embargo, todos ellos trasladaban una sensación de meritorios en el equipo español. Isco, por ejemplo, no figuró en la lista de convocados en el Mundial 2014 y en la Eurocopa de Francia. Ahora es más que un jugador emergente. Es una estrella mundial.

Contra Italia jugaron De Gea, Carvajal, Isco, Koke y Asensio, el más joven, pero el menos impresionable de todos. Juega como el veterano que ha visto de todo en el fútbol. El ingreso de Morata y Saúl en el segundo tiempo añadió más presencia de los jóvenes. Lo más importante fue que todos se situaron en el mismo plano que los veteranos, en un plano de igualdad. No se sintieron intimidados ni por Italia, ni por la trascendencia del partido, ni por la vieja guardia.

El crecimiento de la nueva hornada es indiscutible, pero ha contado con dos factores favorables. Uno de ellos es el respaldo que han encontrado en el triángulo formado por Piqué, Sergio Ramos y Busquets, el eje defensivo del equipo, maravillosos protectores de un grupo de jugadores caracterizados por su destreza ofensiva. El otro factor definitivo ha sido Julen Lopetegui. Desde el primer momento, su mensaje fue de máxima confianza en los jóvenes. No le faltaban argumentos. Sin apenas experiencia como entrenador, Lopetegui condujo a las selecciones Sub-19 y Sub-21 a varios títulos europeos. En estos dos años, no ha dudado. Sus brillantes juveniles ya no tienen complejo alguno en la Selección. Están ahí para jugar y gobernar.