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El tercer tiempo

Todo va bien

En un tiempo en que todo parece torcerse en España, incluso el fútbol, al fin algo funciona, y es la Selección nacional de fútbol. Conjunta jugadores de aquí y de allá, va a buscar a América a uno que no jugaba, la gente (del Bernabéu) ovaciona a ese que vino de lejos (que no fue de los suyos) y ovaciona con amor (al fútbol) a uno que no es de sus favoritos. ¿El lunar? Del pequeño lunar hablamos ahora, vamos por lo positivo. La actuación de Iniesta merecía ese aplauso, pero sobre todo su trayectoria. El regreso de Villa es emocionante y dice mucho de Lopetegui. El espectáculo fue de fútbol, extraordinario.

Menos alguna cosa

El lunar fue la ya tradicional acogida, sofocada con aplausos por la mayoría, a Piqué, que tuvo una actuación impecable y, sobre el campo, una actitud a la que no se le pueden poner pegas. Colaboró a ganar y se congratuló de cada uno de los goles, por otra parte muy bien hecho por jugadores que no son compañeros suyos. La Selección es un conjunto, no una suma de individuos, y ahí Piqué es un futbolista más. Que se le pite por lo que dice del Madrid o porque en su tierra esté ahora en una situación de disgusto no está justificado: ahí juega en la Selección. Lo dijo muy bien Roncero.

La lección de Isco

Lo mejor, Isco. Que su ovación (la que le pertenecía al salir del campo) fuera el epílogo a la que recibió Iniesta abre un símbolo mayor del fútbol español: durante una década el de Albacete ha dado lecciones de fútbol desde el Barça, y las ha dado también (las seguirá dando) con La Roja. Isco viene de esa enorme cosecha de alumnos que, como ocurrió en otros tiempos con Luis Suárez o con Di Stéfano, o con Zidane, salen al campo, desde chicos, atentos a las sombras claras de los maestros. Su manera de asociarse es magistral, y su fútbol individual es un precipitado de amor al fútbol. Isco es Iniesta por otros medios.

Las bienvenidas

El fútbol esperaba que saliera Villa con razones muy poderosas, una de ellas es la emoción. Al fútbol se llega por emoción (a unos colores, al juego), y se queda uno por emociones, por esas emociones y también por algunas emociones humanas que tienen que ver con la solidaridad y con la alegría de ver a otro levantándose de un disgusto. Villa no se fue bien del fútbol de acá; no se culpe a nadie, sino al destino, de ese malestar. El regreso ha sido acogido (por la prensa, incluso) como un anticipo de lo que pasó en el Bernabéu: una ovación cerrada, una bienvenida. Y es que todo cambia, a veces para bien.

Triunfo del fútbol

Fue, en definitiva, el triunfo del fútbol. ¿Y es que no hubo contrincante? Sí lo hubo. Julio Numhauser, un poeta chileno, tiene una canción, que le oí a Mercedes Sosa, que dice así en su primera estrofa: “Cambia lo superficial/cambia también lo profundo”. Y eso es lo que le ha pasado a Italia: no fue rival porque se le ha envejecido el gran Buffon, porque su delantera juega a pájaros y porque sus estrellas se han entorpecido con el elogio y con el dinero. Ahí ha cambiado lo superficial y ha cambiado lo profundo. Inesperada Italia, no fue nada ante el torrente que Isco puso en marcha.

Paciencia azulgrana

Uno de mis mejores amigos madridistas me explicó ayer la burla de esa camiseta azulgrana cuyo nombre es Nadie. El Barça fichó… a Nadie. Es cierto que este Barça de Bartomeu se dejó el prestigio al tiempo que tomaba el sol su directiva. Su gestión de la plantilla ha sido penosa, y no extrañan esas burlas. Los aficionados reaccionamos con melancolía ante los memes. ¿Nadie es Paulinho, Dembélé, Deulofeu…? El Barça entró en melancolía; los que hemos sufrido épocas amargas reaccionamos con los colores de dentro, aunque nos saquen los colores de fuera. Nadie, en este sentido, me parece un nombre exagerado.