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Fiesta nacional. El Bernabéu adelantó un mes el Día de la Hispanidad. 75.000 camisetas rojas, banderas de España repartidas por todas las gradas, un respeto absoluto por el himno de Italia, un canto a coro emocionante y vibrante de nuestro himno, niños con sus padres vestidos con las camisetas de Ramos, Iniesta, Asensio, Isco o Silva... Los aplausos ganando con creces a los pitos que pretendían, en vano, señalar a Piqué en la noche diseñada para que Lopetegui y su chicos pusieran rumbo a Rusia. Hasta la salida final de Villa puso el colofón ideal a un fiestón de España. Si me piden que hubiera escrito el guión perfecto de este partido antes de celebrarse, les prometo que apenas hubiera cambiado una coma. Se acabó lo de vivir del recuerdo del glorioso pasado (Viena-Johannesburgo-Kiev) y de los recientes fiascos (Brasil 2014 y Francia 2016). El relevo generacional está aquí. Volvemos a ser la España que es un referente del fútbol bien elaborado. Xavi e Iniesta ahora son Isco y Asensio, aunque el manchego de oro es tan grande que todavía nos va a deleitar con sus últimos lienzos pensando en la cita mundialista de Rusia. Don Andrés, usted se merece eso y mucho más. Fue una explosión emocional y futbolística, que enterró para siempre el mito de la todopoderosa Italia. Buffon claudicó. Sus guantes se rinden cuando tienen delante algo que tenga acento español. Y los olés en la grada acompañando al son de Paquito El Chocolatero. Fiesta nacional en el Bernabéu...

Iscoman. Por la mañana le dije a mi niño que se pusiera la camiseta de España, que tocaba partido grande y esas cosas ayudan a dar fuerza al equipo. Me llamó a su habitación: “Mira, me he puesto la que me regalaste de Isco”. Pensé: “A ver si eso le da suerte al mago malagueño”. Y tanto. Dos golazos para la hemeroteca. Una falta lanzada con un tacto aterciopelado, como si el balón fuese un apéndice de la bota derecha del artista de Arroyo de la Miel. Cuando Buffon se lanzó, la grada ya cantaba “Goooool”. Insaciable el 22, decidió fabricarse el 2-0 con un amago y un recorte letales, que precedieron su zurdazo pegado al palo. Los mete con las dos piernas, de todos los colores. Buffon no sabía donde meterse. En la segunda parte llegó lo mejor. Su caño (mi chaval le llama “porra”) a Verratti va a ser una de las imágenes del año en Nochevieja. Fue un caño con alevosía y nocturnidad. Le citó, como el maestro al toro, y cuando le tenía pegado a él metió la pelota entre sus piernas con una finura que hubiera obligado al italiano a pedir al cambio. Fijo que lo meditó. También nos dejó un sombrero (¡y Verratti estaba por allí!). Habrá gente que contará dentro de veinte años “yo estuve esa tarde en el Bernabéu viendo la exhibición portentosa de Isco”. Cuando le cambió Lopetegui para dar entrada a Villa en el revival del asturiano, el pueblo se rindió al torero y recitó su nombre coreándolo con orgullo: ¡Isco, Isco, Isco!

Lopetegui. A Julen le quiero dar las gracias por habernos rescatado la ilusión y ser valiente en sus decisiones. Aquí no hay falso nueve. Hay sistemas que se adaptan para ofrecer la mejor versión. Y si hay que poner un delantero centro de los de toda la vida, sacas a Morata, éste se alía con Ramos en una contra endiablada y el camero se saca de la chistera un pase antológico que enloquece al personal. Decía en la víspera Ventura, técnico italiano, que no había visto “cocodrilos ni serpientes”. Cierto. En el Bernabéu sólo hay artistas. Y españolía.