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Paseo sentimental por La Rambla de los que no tienen miedo

Decir que ayer volví a pasear por La Rambla sería exagerar. Volví a caminar por la calle que hasta ayer trataba de evitar como todo barcelonés que se precie. Por lo menos, volví a prestarle atención. Empecé tan tímidamente como la primera vez que fui solo (“ponte la cartera en el bolsillo de delante”, me recomendaron) puesto que una cosa era la Rambla con padres para ir a ver la exposición de pesebres en la Església de Betlem o los pájaros en la Rambla de las Flores y otra, La Rambla con hormonas. Para un niño simple como una bata a rayas esos 1.200 metros que van de Colón a Plaça Catalunya, con sus territorios selváticos adyacentes eran lo más parecido a una novela de Salgari. Entrar allí con 14 años sin decírselo a mis padres fue una prueba de madurez autoimpuesta. No iba de paseo, iba de safari. La Rambla era un mundo de libertad, gente extraña, amenazante, con pintores, músicos, putas, carteristas, camareros, artistas, marineros, peludos, poetas, cantantes... seres con unos códigos desconocidos. Pero no daba miedo, fascinaba. Acabé odiándola a pesar de que como un resistente, encontré mis búnkers para hacerme fuerte. A mí no me iban a robar esa calle. Últimamente me atrinchero en la Boquería y el Caribbean, puesto que ya no me veo con ánimo ni hígado para seguir acudiendo al Pipa (Ay Casavella), el Michigan, el Villa Rosa, el Panam’s, el Tabú, el bar de la Montse, el Jamboree el Sidecar, La Cazalla o el Karma. Como pueden ver, todo muy cultural.

De La Moños a Johan. Anduve de mar a montaña, que es como nos orientamos los indígenas. Por Santa Mónica, eché de menos la reproducción en cera de La Moños (Dolors, se llamaba), loca genial con vida desgraciada que fue el símbolo de la ciudad, tanto, que ahora Messi, según el modismo de la época sería “más famoso que La Moños”. Jamás la vi en persona, pero cuando le preguntaba a mi madre a qué se dedicaba me distraía con Sugus.

Me encontré el Hotel Oriente, el mejor de la ciudad en su época. Allí durmió Uzcúdun, Maria Callas, Belmonte, Manolete, Di Stéfano y Pepe Samitier tenía el afeitado gratuito de por vida en su barbería. El nieto del dueño, aprovechaba que Sami iba a afeitarse allí y se colaba en la barbería para darle la turra. El chaval se llama Joan Gaspart.

A la altura de la Plaça Reial recuerdo el Popov, garito extremadamente hardcore hace años, pero de lujo en los 50. Era donde alternaban los jugadores de la época. Donde explican que Ángel Mur padre enviaba a algún recadero a rescatar a Kubala y otros distraídos por la noche.

Y tocando a Plaça Catalunya, Canaletas. Donde se celebraban los títulos, el Café Baviera y, enfrente, las sillas de alquiler se repasaban los resultados en las gacetillas y se hacía tertulia. A cualquier hora. Donde Cruyff hizo su primer reportaje bebiendo en la fuente que asegura que se volverá a Barcelona si se bebe de ahí. Desde donde escucho a la multitud gritando “no tinc por”. La Rambla es invencible. Gracias por acompañarme.