Camino de ser la mejor
Por potencial físico y tenístico, a Garbiñe Muguruza se le adivinaba un futuro espléndido, pero había cundido cierto pesimismo desde que levantó su primer título de Grand Slam el año pasado en Roland Garros. Un año antes había llegado a la final de Wimbledon. Tenía avales más que suficientes para que se confiara en ella. Pero durante unos meses los resultados no acompañaron y su estilo de vida, al ser un reclamo publicitario para las grandes marcas, generó dudas. Llegó París y se le notó agobiada por la responsabilidad de aparecer como vigente campeona. Desde el primer día digirió mal que los focos estuvieran sobre ella y llegó la eliminación ante Mladenovic con el público en su contra, las lágrimas en la rueda de prensa, el dolor. Pero de ahí salió reforzada y el resultado de ese aprendizaje lo hemos visto estos días en Londres.
Con 23 años, Garbiñe ya ha ganado dos Grand Slams, uno menos de los que Arantxa Sánchez Vicario había sumado en su época sin cumplirlos aún. La barcelonesa acabó con cuatro, el último en 1998, nueve años después del primero. A Muguruza le quedan ocho para cubrir ese espacio de tiempo y en un circuito sin una gran dominadora como era Serena Williams, el futuro es suyo. Puede y debe ser número uno y ganar más grandes. Lo tiene en la mano. En Wimbledon, antes de su exhibición en la final ante Venus, de su mejor partido de siempre, se le había visto más centrada que nunca, tranquila, concentrada, protegida en el búnker que compartía con su equipo. Seria, pero feliz. Ese plan le llevó hasta el triunfo, 23 años después de que le pasara lo mismo a su entrenadora, Conchita Martínez, a la que ya ha superado. Garbiñe, va camino de ser la mejor tenista española de siempre y de ser también grande en la historia mundial.