Hayden, el campeón amable
Se ha ido un gran deportista, un campeón, pero sobre todo un buen tipo y eso hace incluso más injusto un desenlace como éste.
Llevo más de cinco minutos delante de una página en blanco de Word intentando empezar estas líneas. Había llegado a albergar alguna esperanza sobre que Nicky Hayden saliera adelante, quería creer el que el paso del tiempo jugaba a su favor y que durante estos días quizá se estaba aferrando a la vida con la fuerza que sólo puede tener un luchador como él. Pero no ha sido así, desgraciadamente. Se ha ido un gran deportista, un campeón, pero sobre todo un buen tipo y eso hace incluso más injusto un desenlace como éste. Todos en el Mundial apreciaban al estadounidense y semejante unanimidad no es casual, ni muchísimo menos. Su sonrisa era el espejo de su talante, uno de esos pilotos capaz de demostrar que ser competitivo no es lo mismo que ser un impresentable.
Una persona amable, honesta y cordial que pierde la vida cuando todavía le quedaba tanta por delante, seguramente lo mejor de ella para disfrutarla. Y vuelve a producirse la paradoja de que semejante tragedia se produzca lejos de los circuitos, que el destino sea tan cruel con alguien que se jugaba el pellejo cada domingo sobre una moto de carreras. Cuando competía sabía a lo que se arriesgaba, sin duda, pero también estoy seguro de que nunca llegó a imaginar que todo iba a acabar mientras salía a montar en bicicleta. Un sinsentido, un disparate, una quimera. Ahora los aficionados a las motos, y también quienes no lo son, sentimos una pérdida irreparable pero mañana la historia puede repetirse con cualquier otra persona que comparta esa misma afición al ciclismo. Y sólo lamentarlo no sirve ya de nada para Hayden como tampoco lo hará para la próxima víctima. La reflexión debería ir mucho más allá. Descanse en paz.