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Mirando al fondo sur

Hola, papá.

Te escribo para contarte que hoy es nuestro último día en el Calderón; o, como a ti te gustaba llamarle, en el Manzanares.

Son muchos recuerdos los que vienen a mi mente, pero nada igual a ese primer día en que me llevaste de la mano a ver jugar a nuestro Atleti frente al Málaga en el 73, temporada en la que acabaríamos como campeones de Liga. Esa sensación de ver en color nuestra camiseta, nuestro campo, a Gárate y a Luis...

Empatamos a uno. Al día siguiente trajiste el diario ‘Pueblo’ a casa y yo intentaba buscarme en las fotos, seguro de que algún fotógrafo habría captado mi cara de felicidad. Ese mismo año nos hicimos socios, nuestro sitio estaba en los bancos de madera de la esquina del fondo sur, y allí asistí contigo a los partidos de Copa de Europa (con esas camisetas tan raras como la del Galatasaray).

El primer partido de aquella Liga fue contra el Valencia una noche de septiembre, y recuerdo a Keyta recién fichado y cómo el color de su piel destacaba sobre el inmaculado blanco del Valencia; y que fuimos los primeros en ganar al Barça de Cruyff; y también la noche del Celtic... y Bruselas. Pero éramos el equipo al que el Madrid temía.

Te fuiste en el 93 y nunca pudiste ir con tus nietos al Calderón. Y en esa época, aunque tuvimos un doblete, vino lo peor: la Segunda División, jugadores que se caían en las presentaciones y sin personalidad, los chavales en el colegio aguantando... Menos mal que estaba Torres. Gracias a él, mi generación consiguió que sus hijos tuvieran la excusa para seguir presumiendo de su Atleti (quizás por eso se meten tanto con él).

Pero volvimos y ganamos una Liga (a Cristiano y a Messi), dos UEFAS, y fuimos a dos finales de Champions, todo ello viviendo de nuevo noches mágicas en el Calderón. Tus nietos por fin vieron lo que era el Atleti.

Y hay algo que no he dejado de hacer. Antes de cada partido, miro al fondo sur y hablo contigo y te oigo decir: “A ver qué hacemos hoy”.

Así te escuché el día 10, cuando veníamos con un 3-0 en contra, pero yo estaba convencido de que pasábamos (llegué a asustar a Roncero). Y fallé, pero viví una de las noches mas bonitas del Manzanares, la última en Europa, y obviamente teníamos que hacer algo diferente.

Nos llegamos a poner 2-0, y ellos nos marcaron uno casi al terminar la primera parte. Y se empezaba a poner imposible. Pero nuestro equipo lo siguió intentando, y la afición empujaba y gritaba “¡Luis Aragonés!”; era también un canto a nuestros padres, a los que no estábais (o eso creíamos). Y el cielo se abrió, era la forma de sentir vuestra presencia; todos levantamos nuestras bufandas y gritamos con mayor fuerza.

Hoy es nuestro último día en el Calderón, hoy por última vez miraré a nuestra esquina del fondo sur, a nuestro banco de madera y seré yo el que diga: “Gracias papá”.