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Una década viviendo de ilusiones

Se amontonan instantes, nombres propios, sonidos caprichosos que repican en la memoria: uno nunca olvidará el de las revoluciones del motor de un autocar camino al aeropuerto, desde Hampden, burlando el silencio absoluto. La final perdida no es un motivo de celebración políticamente correcto, pero acaso sí debe serlo en el contexto del Espanyol. Antes de Glasgow llegaron dos Copas del Rey en seis años, otras tantas salvaciones sobre la bocina que casi cuentan como títulos (o más, porque convalidan lo que 94 minutos de sufrimiento pueden acortar una vida). Después de Glasgow, sin embargo, la nada. O peor: los sinsabores. Los de un 2009 con una permanencia imposible pero sin la épica cdel gol de Coro, y los de un lustro en que las telarañas de la caja fuerte mandaban más que los presidentes.

Lleva el Espanyol una década exacta viviendo de ilusiones —la más repetida, la del ya caduco efecto Cornellà—, y es justo en este aniversario cuando debería apagarse esa vana existencia. Repasen los caminos tan opuestos tomados por Espanyol y Sevilla tras dejar Glasgow y hasta hoy. Proyecto, se llama. Ahora, al fin, los pericos lo tienen. El dinero puede sustituir a las excusas y la ambición, al conformismo. Incluso el objetivo del Top-10 vendrá a ser otra ilusión si el curso próximo el equipo de Quique no es capaz de luchar hasta la última jornada por Europa. Allí donde lleva diez años sin viajar, salvo en pretemporada. Al contrario del Brexit, el Espanyol pretende abrir fronteras. Y no perder finales, pero al menos sí jugarlas. Que retumben el motor, las revoluciones, pero no de aquel autocar: del fútbol, de la vida.