Isco se guisó al Atleti de Simeone y Cristiano se lo comió
La pasión de Cristiano. La diferencia la volvió a poner el mismo de siempre. El punto físico del portugués se ve en su voracidad para atacar el balón, en sus ganas de venir a asociarse y, por ejemplo, en su facilidad para encarar a Lucas Hernández en la banda para el impresionante remate de Benzema de chilena. La dosificación de toda la temporada le ha permitido llegar en su punto álgido a este mes decisivo y cuajó, más allá del triplete, en uno de sus mejores partidos en el juego colectivo. Fue la imagen de un baño sin parangón.
Los goles del alma. Hay que estar en el sitio, también tener suerte en el rebote, pero hay que tener la facilidad para rematar de cabeza con esa fuerza, enganchar ese balón a media altura y cruzarla por encima de Savic y de Oblak o para empujar la llegada de Lucas Vázquez. El jugador más monumental del Madrid desde Di Stéfano, capaz de acaparar todos los focos, de sentirse en su hábitat. Cristiano Ronaldo, una leyenda viviente. Cinco goles al Bayern y tres al Atleti en la primera semifinal. Balones de Oro labrados a fuego.
Apabullante Isco. La versión A del Madrid, aderezada con la omnipresencia entre líneas de Isco, encontró el punto de pasión necesario que le confiere la Champions para minimizar al Atlético hasta un límite desconocido en los derbis recientes. El Madrid con el malagueño es otra cosa, un equipo pleno, creativo y de una enorme jerarquía. Esa intensidad, Benzema incluido, se tradujo en un cúmulo de ocasiones, en una sensación de superioridad manifiesta en el centro del campo y, por momentos, en un monólogo insospechado ante el Atleti de Simeone. Marco Asensio, su sustituto, aprovechó la necesidad del Atlético en el marcador para demostrar que se siente grande en partidos grandes. Sus minutos fueron de impacto.
Un Atleti desconocido. Cuando uno piensa en el Atlético de Simeone se imagina un equipo con un tremendo control de partido, dominador en las segundas jugadas, muy solvente a balón parado, en el juego aéreo y una capacidad feroz para aprovechar los errores. Nada de eso se vio en el primer tiempo. A partir del segundo y de los cambios, se empezó a sentir más protagonista y logró, al menos, que el Madrid diese un paso atrás y eso fue un suicidio para los rojiblancos.