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Odiar, ni deportivamente

Hemos oído muchas veces a dirigentes del fútbol y periodistas hablar del “odio deportivo” hacia un rival. (“Ese club por el que sentimos odio deportivo”…). También hemos leído, por ejemplo, que “Francia odia deportivamente a España” y frases similares.

Escuché de nuevo esa expresión el miércoles pasado, a las 8:07, en la voz de un prestigioso periodista deportivo y en mi emisora de cabecera. Al referirse a la derrota del Barcelona en París, dijo: “Ni los madridistas que más pueden odiar deportivamente al Barça esperaban ese resultado”.

Me incomoda tal uso del verbo “odiar”.

Antonio de Nebrija daba esta definición de “odio” en su diccionario de 1495: “Enemistad, envidia”.

(Y “enemistad” entronca claramente con “enemigo”).

El primer diccionario de la Real Academia Española (1726) ofrecía esta otra: “Aborrecer. Tener ira y enojo”.

(Y una de las acepciones de “ira”, vigente tanto entonces como ahora, relaciona ese sentimiento con el deseo de venganza).

Por tanto, el odio se ha venido vinculando en la lengua española con palabras que en épocas pasadas evocaban la violencia: “venganza”, “enemigo”, “ira”.

La Academia dulcificó en 1884 la definición, seguramente porque el propio término fue abarcando más que nada una emoción interior sin consecuencias sangrientas. Así, desde ese año se hace equivaler “odio” con “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”.

Pero no sé hasta qué punto se reducen esas emociones negativas en expresiones como “odiar deportivamente” y “odio deportivo”. Es cierto que con el adverbio y con el adjetivo se limitan al terreno de la competición la antipatía y del deseo del mal ajeno; o se ciñe tal reacción a las normas que deberían observarse en el deporte. Pero eso no ennoblece mucho el sentimiento negativo que anida en el verbo.

¿Diríamos que Federer y Nadal se tienen un odio deportivo? De ninguna manera. Esa palabra nos parecería incompatible con la elegante rivalidad de los dos enormes tenistas.

Por tanto, la palabra “odio” no debería usarse, a mi entender, en contextos de naturalidad y complacencia, sino para reflejar acciones condenables. De hecho, en España y otros países democráticos está tipificado el “delito de odio”, que combate la hostilidad contra una persona en razón de su raza o de su pertenencia a un grupo.

Así pues, se trata de un término que convendría manejar con tiento. Si la palabra “rivalidad” se nos queda corta para referirnos al deporte, todos tenemos un grave problema.