El admirable e ingrato trabajo anónimo de los árbitros de base

Mi debut. Hoy quiero usar esta columna para hacer una cosa que siempre conviene: bajar a mi raíz y observar para comprender desde dónde he crecido. Tenía 14 años y aquella mañana en San Miguel de Basauri era fresca, ruidosa y el griterío alegre se colaba en mi concentración, daba color a mi debut y me cosquilleaba en la sangre. La primera de muchas, y para siempre. Inolvidable como esos campos de arena y barro.

Homenaje. Quiero que esta humilde columna sirva hoy de sincero homenaje a todos esos árbitros y árbitras que empiezan, para su consideración y sus fuerzas, su empuje y su garra. Esos y esas (las que tienen que lidiar con la problemática particular de hacer una carrera que la sociedad no les adjudica, cuestiona y burla, y se mantienen firmes, guerreras) que van cada domingo a los campos de regional y lo experiencian como si fuesen a su particular Champions League. Los ignorados, excepto para las culpas y las penitencias, jóvenes que rompen el patrón de la violencia, que no enfrentan el insulto y la posible agresión física más que con el reglamento y la serenidad en edades en que la norma, y por ejemplo bochornoso de sus padres, es ser el más gallo del corral. La ilusión de querer hacer bien las cosas, de vivir un deporte desde otra perspectiva sin halagos ni mansiones, pero a tope de implicación y profesionalidad. Valores que escasean, la verdad, y deseables.

Esfuerzo admirable. Es muy fácil arbitrar en primera y mantener la ilusión, cuando te bebes la adrenalina líquida de un gran estadio lleno de focos, cuando cada semana te encuentras a dos palmos de lo más granado y disfrutas del reconocimiento dentro del colectivo, sin embargo es realmente difícil y admirable estar domingo tras domingo en esos campos, aguantando todo tipo de experiencias más agrias que dulces y aún así el lunes volver a ponerte de corto, salir a entrenar y esperar a que te llegue la designación del siguiente partido.Y así varios años, en la constancia y la determinación y el ostracismo. Por desgracia muy pocos llegaréis a la élite formal pero élite sois vosotros que hacéis posible que cada fin de semana haya fútbol y que miles de niños que tampoco van a ser estrellas del fútbol puedan disputar todos los fines de semana un partido que para muchos será un sueño y para muchos otros un entretenimiento sano y placentero como buena falta hace. Haber sido un privilegiado no me hace olvidar lo admirable de vuestro trabajo, por lo duro, ingrato y a la vez satisfactorio que es el comienzo en el arbitraje. La élite es una receta con muchos ingredientes: esfuerzo, estudio, preparación física, personalidad y suerte. Todo no está en nuestra mano, pero sí podéis aprovechar la clase de psicología avanzada que resulta cada vez que os vestis de árbitro, un eslabón robusto en vuestra formación como personas, lo mejor que puede pasaros y que nadie os podrá quitar.