Cristiano Ronaldo, goles y polémicas
Cristiano desembarcó ayer feliz en Lisboa, la ciudad a la que llegó, adolescente, dispuesto a comerse el mundo. Provinciano en la capital. Procedía de las Madeira y su acento madeirense hacía que algunos le miraran por encima del hombro. Balagué lo cuenta bien en su biografía, recién editada en español. Él se tragó los desplantes, los convirtió en gasolina para su ambición. Dejó atrás a aquellos que se burlaban, se fue a Manchester, otra tierra, otro idioma. Allí era menos que un provinciano, era un forastero. Pero, lo contó muy bien Phill Neville en la presentación del libro en Madrid, no se afligió: se sentó frente al espejo y le gustó lo que vio.
Ahora vuelve a Lisboa, primera estación del viaje que empezó en Madeira. Allí le recuerdan y le quieren. Llega con tres goles en el derbi, dejando tras sí el eco de una polémica sobre la homofobia. Supuestamente, Koke le habría llamado ‘maricón’, a lo que él le habría contestado que ‘sí, pero forrado’. El colectivo Arcopoli ha saltado en denuncia contra el presunto agresor verbal. No creo que el asunto vaya más lejos. En el fútbol se dicen unos a otros de todo y lo suyo es que eso quede ahí. Quien quiera que sea de los dos que haya sacado de las rayas de cal la breve trifulca verbal se llamará a andanas. Habrá hecho un mal ruido, pero no daño.
No es de los adversarios enfadados de quien debe cuidarse Cristiano, ni de los rumores que le acompañan, sino de sí mismo. Su forma de celebrar el segundo gol (un penalti, al fin y al cabo) fue objetable, pero tiene un pase, en este tiempo de telecracia que vivimos. Pero la celebración del tercero, ese plante en desafío a la zona ultra, sobró. Se ha comparado con el de Neymar en Valencia, en desprecio de la escala. Neymar insultó, Cristiano hizo un desplante. Lo primero fue peor, pero lo segundo también sobró. No se meten goles para fastidiar a los contrarios, sino para alegrar a los partidarios. Celebrar contra alguien está muy mal.