Iago Aspas e Isco espantan el pesimismo
Nada produce en el fútbol reacciones ni parecidas a las del gol decisivo a última hora. No hay alegría comparable para los hinchas del equipo que lo marca, ni consuelo para el que lo encaja. En Wembley tuvimos otra prueba de ello. España había hecho un partido horrendo, apenas adecentado en el muy último tramo. En esa fase, Iago Aspas, que había estado derrochando fe desde que salió, marcó un golazo. Gol maravilloso, pero su efecto no hubiera pasado del mero maquillaje de una derrota merecida. Pero eso desencadenó el arreón final de España, culminado sobre la bocina con el gol de Isco. La noche de bochorno dio paso a la alegría.
En Inglaterra, a cambio, la reacción fue demoledora. Si llega a producirse un 2-2 más razonable, en un partido igualado, se hubiera encajado mejor. Pero no pasó eso. Pasó que Inglaterra mandó durante casi todo el partido, que tuvo a España a su merced, que elevó durante mucho tiempo la moral de su gente, que pareció estar enterrando tanto desastre reciente: la desilusión en la Eurocopa, la cantada de Allardyce... Cuando Vardy hizo su ‘Mannequin Challenge’ al hacer el segundo gol (tras provocar el penalti del primero) estaba dando forma a todo ese optimismo. Pero ayer esa imagen era foto de portada como icono de un ridículo.
Aquí el empate fue más que un alivio. Queda el horror del mal partido, pero queda un empate de prestigio y sobre todo queda otra cosa: algo así como la victoria sobre un pesimismo que había renacido. Desde que Holanda nos vapuleó en Brasil, seguí viendo en España un buen equipo, pero frágil ante los contratiempos. Antes no le había ocurrido. Le ocurrió desde entonces y lo volvimos a ver en la Eurocopa, cuando lo de Croacia, y por en medio algunas veces más. Ahora, ese empate, fruto de unos minutos de rebeldía, no esconde el mal juego de tantos minutos, pero anuncia, o así me lo parece, que el equipo ha reactivado su ánimo.