Un fenómeno mundial
Se hablaba en voz baja de Griezmann, quizá porque parecía impertinente etiquetarle como gran estrella en un equipo con fama de extremadamente solidario. Este Atlético, obra de Simeone, es refractario a la individualidad. Es un todo solidario, sin fisuras, ni egos. Por esta razón, y porque no le faltan excelentes futbolistas, el Atlético era el menos predestinado a alumbrar un jugador capaz de discutirles la jerarquía a Messi, Cristiano, Bale, Neymar y compañía.
Antoine Griezmann ha emergido, sin embargo, como una estrella mundial de primer orden. Tiene que ser un fenómeno el jugador que alcanza una consideración tan alta en un sistema que castiga al tipo tradicional de crack, el que se toma licencias al margen del esfuerzo del equipo y reclama la atención por encima de los demás.
Entre las muchas virtudes que adornan a Griezmann destaca su capacidad para marcar las diferencias con una regularidad pasmosa, una cualidad sólo al alcance de los grandes jugadores, y ajustarse como un soldado a las exigencias de Simeone, tanto en las defensivas como en las ofensivas. Lejos de dañarle, el enorme compromiso de Griezmann con el equipo le ha convertido en un futbolista formidable.
Una de las principales cualidades, quizá la mayor de todas, de los jugadores excepcionales es su capacidad de influencia. Unos influyen en el gol, otros en el gol y en el pase final, pero muy pocos en el gol, el pase ganador y la construcción. Y casi nadie en todas esas facetas y el esfuerzo defensivo. En las últimas semanas, Griezmann pertenece a este último género de futbolista, el más escaso que puede encontrarse.
En este punto de su carrera, Griezmann es quizá el jugador más influyente del mundo: marca un alto número de goles (44 en las dos Ligas anteriores, seis en nueve partidos en la actual), es un fenomenal pasador en situaciones de gol, gran lanzador de faltas, espléndido cabeceador, rematador de media distancia, finísimo en las definiciones, perfecto para el contragolpe, hábil frente a defensas herméticas, ágil para jugar por todo el frente de ataque, inteligente para asociarse con eficacia a los centrocampista y dueño de una admirable ética del trabajo.
Todas estas virtudes le han significado la novedosa consideración de Simeone, que a principios de temporada declaraba en AS que Griezmann es el único jugador que tiene carta blanca en el Atlético. A cambio, Griezmann utiliza la libertad de la manera más productiva posible, sin caer en egoísmos y sin desistir de su contribución defensiva.
El joven Griezman llegó de puntillas a la Real Sociedad, donde cada año mejoró notablemente su rendimiento. Habitaban la mayoría de las cualidades técnicas que ahora son tan relevantes –excelente conducción, gran coordinación para los controles y los remates, la inteligencia para desmarcarse cuando el rival ataca y aparecer casi siempre sin marcajes alrededor, la facilidad para jugar a un toque y buscar posiciones no detectables por los rivales, la llegada por sorpresa– pero que aparecieron poco o poco. Cuando el Atlético le fichó por unos magros 30 millones de euros, se hablaba en España de un futbolista más que prometedor. Ahora es un fenómeno de escala mundial.