La divina soledad del entrenador
Al haber dormido tan a menudo con mi soledad, se ha vuelto casi una amiga, una dulce costumbre”. Esta canción escrita por Georges Moustaki, italo-griego judío de Alejandría y también autor del famoso Le Métèque, trata de uno de los sentimientos más complejos que existe. La soledad puede ser tan placentera como dolorosa, tan bella como asquerosa. Hace año y medio, cuando Zinedine Zidane acababa su primera temporada como entrenador del Castilla, le pregunté a mi compatriota lo que más le había sorprendido de su nuevo trabajo y me contestó con una frase que nunca olvidaré: “Ser entrenador es estar solo”. Porque, al final, el míster tiene que tomar todas las decisiones y asumirlas personalmente. Reconocer las derrotas antes que las victorias y “comerse el coco” por los errores que, por supuesto, cualquier técnico comete en el ejercicio de su profesión.
Estos días me he acordado de esta confesión que me hizo Zizou en aquel entonces y de la canción de Moustaki, al escuchar y descifrar la campaña a favor de Morata y el deseo de algunos, una vez más, de quitarse de enmedio a Benzema. También ayer cuando se le preguntó sobre Nacho. Sé que el entrenador francés adora a todos sus chicos y que, por ejemplo, sufrió la temporada pasada cuando, a veces, tuvo que dejar a Kovacic, un soldado fiel, en la grada. Pero ningún grupo de presión va a poder hacerle cambiar su idea de once titular. El míster está solo a la hora de decidir y defiende esta soledad porque, para él, siempre será sinónimo de libertad.