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El error es consustancial a cualquier actividad humana; el árbitro es humano

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Reflexiones. En esta ocasión me gustaría recuperar unas reflexiones sobre el error arbitral, siendo como es la larga sombra de mi gremio. Y es que “errar es humano”, “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” y tantas otras máximas del saber popular que no nos sirven a quienes se nos tiene por villanos... con exigencias divinas. Y es que, siendo abiertamente agnóstico, nunca he logrado zafarme de la expectativa de perfección propia de algún dios. No se puede, obvio. Pero atormenta.

Humano. El árbitro no puede ser humano; si se equivoca, o bien es un patán o es un corrupto. No hay lugar para la excusa ni es esa mi intención, pero consideremos: el juego es cada vez más rápido y al espectador se le ofrecen media docena de ángulos de visión de la misma jugada a cámara lenta. A pesar de todo no es extraño que en un mismo salón, taberna o plató no se llegue a consenso. El hombre que juzga en el campo debe respetar el dinamismo propio del juego y tomar una decisión rápida, justa y responsable desde un solo punto de visión. Ciertamente, el éxito total en el total de las ocasiones no es otra cosa que inhumano.

Engaño al rival. Y frente a nuestro oficio, el oficio del resto. Que trabajar de jugador es algo más que jugar a la pelota. También tiene mucho de mantener o superar méritos e imagen, por lo que le toca a lo personal, a lo empresarial y a lo corporativista. No se les da mal el otro deporte nacional: la picaresca. Engañar al árbitro no es lo más reprobable; es mucho más feo engañar a un compañero del equipo rival.

Lecciones y opiniones. Tampoco podemos olvidar las lecciones, quejas y opiniones del resto del rebaño. Entrenadores, aficionados... todos al lío. Porque ante el error del árbitro unos minimizan y otros maximizan, unos afirman y otros niegan, unos se dan por satisfechos y otros se quedan bien jodidos, mentando a la Justicia cuando se aferran al más mundano beneficio.

Aceptar el error. Ante semejante tesitura a ver quién es el soñador que intenta explicar a nadie que acertar es, muchas veces, muy difícil. Además, no hay tregua. Siempre me ha parecido vergonzosamente fácil, poco riguroso, dañino y bastante rastrero apelar a la prevaricación u otros intereses que vayan más allá de aceptar que el error es consustancial a cualquier actividad humana. Cuando oigo hablar del error arbitral premeditado no puedo evitar recordar aquello que decía Shopenhauer: “Se amparan mutuamente la debilidad de nuestro entendimiento y lo torcido de nuestra voluntad”. Así somos los mortales.