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Phelps, siempre a flote

Es difícil precisar en qué grado de la Phelpsmanía se encuentran los Juegos de Río. Desde luego, en cotas altísimas, pero seguramente no las máximas. Es posible, y cuando se trata de Michael Phelps conviene hablar más de probabilidad que de posibilidades, que en las últimas jornadas de natación se incremente la fiebre alrededor del gran campeón. Esta noche disputará la final de 200 metros estilos, donde volverá a encontrarse a Ryan Lochte, el hombre que pretendió y no consiguió convertirse en la némesis de Phelps. Inevitablemente el foco de atención girará en torno a esta prueba. Sin Phelps habría pasado casi inadvertida.

Es lo que tienen 25 medallas olímpicas, 21 de ellas de oro, y 28 en perspectiva. A Phelps la faltan tres pruebas por disputar: 200 metros estilos, 100 mariposa y 4x100 estilos. Nadie sospechaba una cosecha a la antigua —ocho medallas de oro en Pekín 2008, cuatro en Londres 2012, seis en Atenas 2004—, pero no es descartable un pleno de oro en Río de Janeiro, donde participará en seis pruebas. Ya ha ganado tres, las dos últimas especialmente significativas.

Phelps irrumpió en la natación como un crío predestinado. Llegó con 15 años a los Juegos de Sydney 2000 sin más equipaje que el de sus proezas infantiles. Fue quinto en la final de 200 mariposa, su prueba fetiche, donde no admitió rivales hasta la final de los Juegos de Londres. Allí perdió frente al joven sudafricano Chad Le Clos, el nadador destinado a sucederle. La herida de aquella derrota fue una de las razones que llevaron al regreso de Phelps. Era su carrera, la prueba que había ganado a ciegas en los Juegos de Pekín, después de que se le inundaran las gafas antes de los 50 metros. Quería una revancha y la encontró ayer.

Su victoria en los 200 mariposa fue dramática, como casi siempre sucede con Phelps. Son más recordados sus éxitos por una, dos o tres centésimas que sus récords más apabullantes. Siempre se ha distinguido por su sentido dramático. En la final de Río, consiguió lo que le ha caracterizado durante su carrera: abatir a los veteranos de su generación —Laszlo Cseh— y al nadador —Le Clos—que Phelps había designado como víctima. Pero como le ocurre, siempre aparecen los jóvenes lobos, no detectados por el campeón estadounidense. En este caso fueron el japonés Sakai y el húngaro Kenderesi. Desde la nada surgió Sakai y estuvo a punto de sorprender a Phelps, sin que nadie atendiera a la progresión del japonés. Se quedó a cuatro centésimas de la victoria.

El 4x200 tuvo un aire nostálgico. Reunió por última vez a Phelps y Ryan Lochte en el mismo cuarteto. La primera vez tuvo lugar en los Juegos de Atenas 2004, donde el equipo australiano era favorito sin discusión. Era la Australia de Ian Thorpe y Grant Hackett. Phelps y Lochte­ apenas estaban probados en los 200 metros. Los americanos ganaron la final ante el asombro general y desde entonces han ganado todas las ediciones olímpicas, siempre con Phelps y Lochte.

Hace mucho tiempo que Phelps no bate un récord del mundo individual. Logró el último en los Mundiales de 2009. Sus victorias ahora son menos rotundas, más humanas. Se corresponden con su ciclo final como nadador. Lo más impresionante es que este Phelps terminal todavía se las arregla para ganar a cualquiera.