Brasil parecía otra cosa hace siete años
Estos días, con las noticias revueltas que nos llegan de Río, se acentúa la añoranza de lo que pudo ser y no fue. Madrid concurrió a estos Juegos, ya lo saben. Fue hace siete años, en Copenhague. Incluso fuimos primeros en la primera votación, pero sin mayoría. En las siguientes votaciones (se va quitando a la última cada vez y se vota entre las restantes) Río nos ganó. A nadie le pareció mal, sinceramente. Brasil se tenía entonces por un país muy en alza, Lula tenía un gran prestigio y su apelación, con un gráfico muy expresivo, al desproporcionado reparto histórico de sedes, tocó muchas conciencias.
Lula proyectó un mapamundi sobre el que fueron cayendo todas las ciudades sede, incluyendo Juegos de Invierno. Todo era Hemisferio Norte, salvo Melbourne, en 1956. Nada en África ni en Sudamérica ni en la India. Jacques Rogge, entonces presidente del COI, había dicho que en cuanto un país en desarrollo ofreciera una candidatura creíble, él sería partidario de darle los Juegos. Parecía claro que había llegado el caso. La delegación madrileña se resignó. Un chasco (el segundo de tres), pero desde la sensación de que se estaba haciendo justicia. Y se pensaba que Brasil estaría a la altura.
Desgraciadamente, la víspera del día ‘D’ encontramos un panorama distinto al que se preveía entonces. Ni Lula es lo que fue, ni Brasil es lo que se esperaba que fuera. El zika no es lo peor. La inseguridad es tremenda, hay incomodidades por mal remate de las obras, ha faltado tiempo y dinero, la suciedad de las lagunas es insufrible y, lo peor de todo, buena parte de la población está de espaldas o en contra de los Juegos. Pero no los demos por fallidos. Aún puede ocurrir que la fuerza del deporte se imponga a tantas dificultades y acabe por seducir a los críticos. Y que tengamos unos buenos Juegos, pese a todo.