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El COI se ve de golpe frente a Putin

Traté bastante a Juan Antonio Samaranch, el hombre que dio un gran impulso al Movimiento Olímpico en tiempos difíciles. Superó un periodo de boicoteos que golpearon muy duro el viejo ideal olímpico, y superó también el tabú del profesionalismo. Los de Barcelona fueron unos JJ OO colosales, y no sólo para nosotros. Marcaron una recuperación. Pero siempre que hablé con él, le vi preocupado por un asunto: el dopaje. Más que preocupado, pesimista. Lo veía como una carcoma difícil de combatir. Y así ha sido. Se creó la AMA, se combate, se consiguen éxitos parciales... Pero el problema sigue ahí.

Y ahora se eleva como un fantasma gigante, ante la evidencia de que Rusia ha estado practicando dopaje de Estado. El propio Gobierno, sus servicios de inteligencia (el viejo KGB), han creado un sistema de ocultación del dopaje de sus deportistas, escamoteando positivos por decenas, en especial de atletas y halterófilos, pero no sólo de ellos, sino de casi todas las modalidades deportivas. La IAAF ya decidió no inscribir a ningún atleta ruso para Río, resolución avalada por el TAS. Ahora el COI se enfrenta al dilema de si expulsar a Rusia como tal, o bien buscar alguna difícil solución de compromiso.

Rusia no es cualquier cosa, pero lo que ha hecho, tampoco es cualquier cosa. Muchos piensan que si se tratara de cualquier otro país, ya estaría expulsado del COI por un tiempo prudencial. Pero Rusia, y más la de estos días, con Putin levantisco, pugnando por reconstruir el orgullo soviético de gran potencia, no es cualquiera. ¿Qué hacer? Se puede permitir que participen cuantos deportistas rusos puedan ser considerados limpios, pero ¿bajo la bandera rusa? ¿Bajo bandera olímpica neutral? ¿Lo aceptarían esos atletas, podrían aceptarlo? He aquí una decisión difícil, pero no que se puede retrasar más.