Griezmann embellece a la tosca Francia 2.0
Fue Griezmann, más que Francia, el rompedor de la dinámica que ha presidido las últimas ediciones de la Eurocopa. Ganó España en 2008 con su juego suave y sus convicciones férreas, y desde entonces el fútbol lo han dominado dos selecciones –Alemania se sumó a la fiesta en los dos últimos Mundiales- caracterizadas por el juego de ataque, la posesión casi obsesiva y un problema creciente con los delanteros centros. Fernando Torres y Villa fueron la primera solución para España. Klose lo fue para Alemania. Ni España ni Alemania han disfrutado de garantías parecidas en los dos últimos años.
Griezmann, que en términos futbolísticos está más cerca de lo que representa Alemania que del actual modelo francés, gobernó el partido con su astuta facilidad para flotar por el campo y encontrar soluciones en todas las zonas. Para una selección contragolpeadora y sin finura en el juego de ataque, Griezmann es una bendición.
Frente a Alemania convirtió un espejismo en una imprevista realidad: cada una de sus intervenciones acercó la portería de Neuer al ataque francés. Fue un milagro en toda regla, porque Francia casi siempre estuvo encerrada en su campo.
La victoria de los franceses no supone ningún avance futbolístico. Representó el regreso a la fórmula que tan buenos resultados ofreció en el Mundial 98 y en la Eurocopa 2000. Prevalecen los imponentes recursos físicos de jugadores como Pogba, Matuidi, Sissoko o Giroud y se espolvorea el ataque con la clase de Griezmann y Payet. En caso de duda se elimina a uno de los dos. Cualquier día veremos un debate parecido al que presidió los mejores años de Djorkaeff, condenado a una difícil supervivencia junto a Zidane. Dos muy buenos resultaban excesivos en la mayoría de las ocasiones.
Aquella Francia disponía de la ventaja que le proporcionaban sus laterales. Thuram y Lizarazu eran dos brasileños en potencia, incansables viajeros de las bandas. Le daban al equipo una proyección ofensiva que ni en sueños consiguen Sagna y Evra. Digamos que es una Francia 2.0 con un buen margen de mejora, pero sin el vuelo y la gracia de los equipos que marcan época. Es lo que al menos se adivina en esta Eurocopa, donde ha llegado en carroza hasta las semifinales.
Su victoria no es cualquier cosa. Alemania siempre aparece como un Everest para sus rivales, cualquiera que sea la fecha. Fue el más elegante de los colosos en la Eurocopa de 1972, la del equipo encabezado por Netzer y Beckenbauer, y el más funcional y feote en los años 90, con sus delanteros tanque y todo aquello. Giró con Klinsmann en el Mundial 2006 y en los últimos años ha sido un equipo casi poético, por sorprendente que parezca el término cuando se habla del fútbol alemán. De Alemania en general.
No sale dañado Löw y su propuesta. Alemania tuvo el juego y las oportunidades ante Francia. Le falló lo que suele dañar a los equipos que confían demasiado en su escala jerárquica: un veterano pasado de años, kilos y forma. A Schweinsteiger le faltaron los reflejos y la agilidad en una jugada que manifestó su decadencia. Sacó la mano a pasear y cometió un penalti letal. Explicó gráficamente lo que se sospechaba. Ya no está para los grandes trotes. Con ese déficit y sin nadie parecido a Klose, Alemania perdió el partido, pero no el crédito.