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Chile no sólo gana, destroza

Messi. Pocas conquistas desatan de forma tan instantánea tal cadena de acontecimientos. Chile, que parecía muerta, que sucumbió en la primera fase ante el rival al que ahora hizo doblar la rodilla, volvió a ganar sin ganarla a Argentina y se quedó nuevamente a los penaltis con el título de Copa América. De estrenarse como campeón a sembrar una hegemonía. Pero a la alegría masiva en el territorio ganador se sumó una inesperada cascada de dimisiones y deserciones en el bando perdedor. Messi levantó el dedo el primero y provocó una sacudida mundial: se rinde, dice que lo ha intentado demasiadas veces (su cuarta final perdida) y que no vuelve más a la albiceleste. Y luego el Kun desveló que son varios los internacionales que se están pensando el abandono. Chile no sólo ha ganado, ha causado destrozos en el ánimo de sus víctimas. Posiblemente se trate de un calentón reversible, pero el mejor jugador del mundo, que ha ganado tanto y ha hecho perder tantas veces a otros, no puede reaccionar así a la que no sonríe. Llorar, sí, y más tras fallar personalmente un penalti en la tanda, pero tirar la toalla como rabieta no es propio de un tipo de su dimensión.

Claudio Bravo. Dice Fillol que cuando le venía una mala racha, se ponía frente al espejo y se hablaba a sí mismo, se echaba la bronca y se automotivaba. Hoy son otros tiempos. Así que Pizzi se ayudó de la modernidad para rescatar a Claudio Bravo de su desastrosa e irreconocible primera fase: encargó un vídeo con sus mejores paradas y una música estimulante y se lo hizo ver justo antes de enfrentarse a México. Y como si de una pócima milagrosa se tratara, el meta volvió. Ya no encajó más goles, tampoco ante Colombia y Argentina, y por contra regaló una colección de atajadas prodigiosas. En la final, especialmente a un cabezazo curvado de Agüero y en el penalti de Biglia. Y hasta le concedieron al azulgrana, quizás con exageración, el guante de oro al mejor cancerbero del campeonato. Una resurrección de lo más oportuna.

Higuaín. Ni en la temporada de su mejor explosión goleadora se ha librado de su condición patológica de contraprotagonista. Otra final que le perseguirá de por vida. Es una costumbre, un sino, una desgracia que le acompaña. Higuaín volvió a quedarse solo frente al portero rival, un mano a mano clamoroso contra Bravo, y volvió a mandar a la basura su remate. Como en 2015, como en 2014, como tantas y tantas veces. El futbolista de los fallos recordados. La antítesis de lo que define a un delantero: el don de la inoportunidad.

Pizzi. Igual fue Bielsa el que se inventó a Chile, el que enseñó a sus futbolistas a competir y creer en sus posibilidades. Igual fue Sampaoli el que la hizo ganar de verdad por primera vez tras dotarla de un ambicioso, sofisticado e implacable plan táctico y convertirla en un club de fútbol. Pero es indiscutible que Pizzi ha sabido prolongarla, reinventarla, rescatarla del suelo al que se arrojó víctima de su propia vanidad y éxito indigestado. Igual es que Chile es más obra de su generación dorada de futbolistas que de los técnicos que la manejan. Pero Pizzi tiene motivos para sacar un poco el pecho. Supo corregirse a sí mismo de sus primeros encuentros, desistir de sus propias ideas iniciales y tocar a tiempo la tecla justa para reconstruir al equipo y devolverlo al sitio competitivo en el que estaba. Igual su victoria tiene más mérito.