España, Chequia y aquella flotabilidad
Ahora le toca a España. El rival es Chequia, que viene a ser la mitad de Checoslovaquia, país que tuvo gran predicamento en el fútbol. Dos veces finalista de la Copa del Mundo (1938 y 1962) y una campeona de la Eurocopa (1976). Chequia es, en términos históricos, la mitad buena de aquello, se podría decir. Checo es Panenka, el del célebre gol, y checo fue Masopust, Balón de Oro de 1962. Ahora tienen a Cech, que resiste el paso del tiempo, y a Rosicky, un superclase entrado en años y en lesiones, pero que en sus días mejores, cada vez más espaciados, sigue haciendo cosas grandes.
No es una Chequia como aquella de Poborsky que fue finalista en la Eurocopa de 1996 (perdió ante Alemania por Gol de Oro), pero ha servido para dejar fuera del camino a Holanda. Sí, a Holanda, la que en Brasil nos cortó la racha triunfal con un tremendo 5-1. De aquello tardamos mucho en reponernos. En realidad, aún no nos hemos repuesto del todo. El equipo ha ido recuperando juego (aunque no tan excelso como el que tuvo), pero los reveses le afectan. Aquella flotabilidad inalterable ya no existe. Eso es lo que se trata de recuperar en esta Eurocopa. Sólo eso es garantía de resultados.
El equipo parece hecho, más allá de la última pirueta de la portería, que puede reabrir dudas que ya parecían cerradas. Lo seguro son dos laterales, Juanfran y Jordi Alba, que defienden bien y atacan mejor, un triángulo de seguridad Ramos-Busquets-Piqué que cualquiera envidiaría, los violines bien afinados de Silva e Iniesta, el vaivén de Cesc, con su ir y venir y su llegada al gol, la chispa de Nolito y la joven madurez de Morata. Con eso salimos en busca de esa flotabilidad que se perdió en una mala tarde ante Holanda. Del Bosque lleva dos años tratando de recuperarla. Yo confío en que lo consiga por fin.