Es un partido de fútbol y un banquete
Menos mal que el juez llegó a tiempo y levantó esta pesadilla casi anual que precede cada partido en el que parece que está a punto de producirse el fin del mundo cuando en realidad sólo se juega al fútbol.
Es fútbol, amigos; y si las cosas van por buen camino (el buen camino del fútbol) será gran fútbol. El Sevilla le retuerce el colmillo al Barcelona cada vez que puede, y el Barça es capaz de subir al cielo o bajar al infierno en tan sólo una semana. Ahora está instalado en el cielo, pero el Sevilla también.
Cuando los equipos triunfan sus aficiones se relajan y sus jugadores también. El Barça ganó la Liga, el Sevilla ganó, heroicamente, el debate con el Liverpool y se llevó la otra Copa de Europa. Ahora está en juego la Copa del Rey, ante el Rey, ante líderes políticos catalanes que desde anoche no tienen razones para no acudir al estadio, y ante la alcaldesa de Madrid, que le dijo a Wyoming el pasado jueves que sentía pena de no poder acompañar a ese acontecimiento a su colega barcelonesa, Ada Colau. Pues Ada estará en el Vicente Calderón, como hada madrina del Barça. No sé si Carmena querrá ser hada madrina del Sevilla; ellas se arreglarán.
Lo cierto es que todo lo que puede esperarse de un buen partido está sobre la mesa, como un banquete de buen fútbol.
Esta escaramuza política de tinte desgraciado ha sido resuelta en buena hora por el juez, que no ve en esas banderolas estrelladas, las esteladas, amenaza alguna para la integridad de las personas o del estadio donde se va a jugar la final. Pues claro que no. Que el sentido común tenga que dictarlo un juez dice poco de la conciencia civil de la delegada del Gobierno. Alguien le habrá soplado al oído el dislate.
La política, sobre todo cuando vienen elecciones, y ahora estamos en campaña casi permanente, hace estas cabriolas. Lo que se suponía que iba a ser una discusión sobre el himno español (¿se pitará, no se pitará? Se pitará, eso es más seguro que el 0-0 del inicio) se convirtió en una discusión sobre las esteladas.
Las banderas no agreden, agreden las personas, y nunca, en ningún estadio, esas esteladas de la discusión han animado a los aficionados a atacar a otros aficionados. Ni en las manifestaciones barcelonesas ni en los lugares en que se exhiben banderas. ¿Quién tiene en su juicio la creencia de que esos aficionados catalanes estelados iban a viajar a Madrid en son de guerra?
Es la guerra del fútbol, y por definición ésta es incruenta; se trata de un juego de alto nivel en el que vamos a disfrutar desde el minuto uno y medio, pues el minuto y medio del inicio imagino que ondearán las banderas mientras se pita el himno nacional.
Pero eso forma parte ya de la tradición; las banderas son muy molestas para ver fútbol, las guardarán. En cuanto al himno, hasta al Rey le resultaría frustrante observar que esta vez no lo pitan. Es como si los aficionados dan vivas al árbitro.