Un club, el mío
En los libros de Historia brillan las gestas de los generales, aunque todos sabemos que se sustentan en millones de soldados desconocidos. Para llegar hasta el gol de Iniesta, el fútbol español ha tenido que picar mucha piedra. Un germen de cohesión social acompañó a la importación del balompié y así en muchos rincones nacieron clubes. Echando la vista atrás, vemos que ahora uno de aquellos cumple 100 años. En Madrid sólo le superan en antigüedad el Real Madrid y el Atlético.
La hazaña es importante. Tuvo la mala suerte futbolística de dar nombre a un pueblo que fue absorbido en la expansión de la capital tras la posguerra y de que el Atlético se instalara poco después a los pies de aquellas calles, que ya conformaban un gigantesco distrito del extrarradio. La gente, que allí siempre ha sido tan chula como buena gente, se acostumbró a bajar la cuesta y su condición obrera casó bien con los rojiblancos del río. Quizá por eso el Carabanchel nunca pudo tener una afición tan independiente y nutrida como la que consiguió el Rayo en Vallecas, otro pueblo absorbido pero cuyo equipo se colocó justo a tiempo un peldaño más cerca de la élite.Y el Cara tampoco pudo beneficiarse de representar a una localidad independiente, como cinco o seis kilómetros más allá les ocurre al Leganés, al Getafe o al Alcorcón. La M-40 es la frontera que le condena a un presupuesto de pocos ceros.
Este club es, por tanto, un equipo de barrio, normalmente de Tercera División, pero con una solera que hace que no sea un club más. Dentro del fútbol modesto siempre será un rival respetado. El máximo patrimonio sentimental ha sido su campo, La Mina. Muchos nos hicimos futbolistas sobre su cuidada tierra, la mejor sobre la que nunca jugué. He vestido sus colores en ocho de esos 100 años que se conmemoran, en dos etapas. Primero fui infantil, cadete y juvenil División de Honor en la época más competitiva de la entidad. Y años después regresé, ya al primer equipo, para sentir el honor de ser observado por los canteranos como yo miraba a aquellos mayores que sobre tierra jugaron en Segunda B.
Entre medias, La Mina había cambiado por completo, ahora luce moderno césped artificial y las viejas gradas han dado paso a una instalación sencilla pero del siglo XXI. Y lo increíble es que los domingos por la mañana se sigue respirando en ese lugar el mismo aroma de fútbol del que hablaban los abuelos.
Yo sólo he sido un soldado anónimo más dentro del fútbol español. Pero aprendí mucho del deporte y de la vida picando piedra en La Mina, y eso lo llevo en el expediente como la mayor de las condecoraciones. Mientras alguien persiga un balón con ese escudo en el pecho, infinitas historias como la mía seguirán vivas.
Que cumplas por lo menos 100 años más, querido Real Club Deportivo Carabanchel. Mi club.