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El colegiado sin colegio

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Me sorprendió que al árbitro le llamaran colegiado, la primera vez que lo oí en la televisión. Como yo era un niño, pensé que ellos también tenían que ir al colegio, y lo atribuí a que en eso del arbitraje nadie terminaba nunca de aprenderlo todo.

Con el tiempo entendí que yo no estaba colegiado, sino escolarizado, y que a los árbitros no los llamaban “colegiados” por ir a un colegio, sino por formar parte de él. Esto lo deduje cuando, siendo ya un juvenil lector del AS, me tropecé por vez primera con la denominación “Colegio Oficial de Árbitros”.

Más adelante me informé de que también existían el colegio de ingenieros, el colegio de abogados, el colegio de médicos, el colegio de arquitectos… Y me extrañó que mis padres, cuando me llevaban al dentista, nunca me dijeran: “Vamos a que te saque una muela el colegiado”.

De acuerdo: los árbitros eran colegiados porque estaban en un colegio, pero ¿acaso no lo eran también los dentistas?

También conocí después que no en todos los países hay un colegio de árbitros. Sin embargo, en la tele llamaban y llaman “colegiado” lo mismo a un árbitro ruso que a uno egipcio. Gamal Al-Ghandour, sin ir más lejos. Aquel “colegiado” que nos echó del Mundial de 2002 era egipcio. ¿Sabe alguien si los árbitros egipcios tienen un colegio como el nuestro? Ni idea. Pero primero se le llama “colegiado” y luego ya se verá. Aunque se trate de un colegiado sin colegio.

(Ay, Al-Ghandour. A mí se me ocurrieron muchas maneras de llamarle, y ninguna era “colegiado”).

El caso es que ahora se oye más incluso “colegiado” que “árbitro”, aunque la misión de aquella segunda opción fuera no repetir la primera.

Quizás habría que inventar otra alternativa, aunque sólo fuese por variar. Los periodistas españoles no suelen reunir valor suficiente para crear palabras (a diferencia de los latinoamericanos). Si no fuera por esa prudencia, a alguno ya se le habría ocurrido la alternativa “silbatero”, por ejemplo, para no llamar colegiado a quien seguramente no lo es.

Pero tenemos una opción más adecuada. En los primeros tiempos del fútbol, los árbitros eran llamados “trencillas” debido al galón trenzado de algodón que lucían en las solapas de sus chaquetas negras. Y todavía se oye a veces.

No estaría mal recuperar esa metáfora como sinónimo habitual, en recuerdo de los tiempos heroicos. Si hay colegiados sin colegio, bien puede haber trencillas sin trencilla. Al menos, en eso no tienen nada que ver con los dentistas.