Estábamos viendo el partido del Atleti en la tele cuando llegó la noticia: ha muerto Iriondo. Me dolió. No le vi jugar, pero la veneración que acompañaba el recitado de aquella delantera entre mis mayores me hizo concebir un enorme respeto por los cinco, uno a uno o en conjunto. Y conste que mis mayores eran, como yo mismo, de Madrid. No hacía falta ser de Bilbao para reverenciarles. Ya sólo quedaba él, reclutado por el Athletic al poco de terminar la guerra, tras una prueba entre soldados del cuartel de Garellano. Antes sólo había jugado un partido ‘de verdad’, en el Guernica.