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La metamorfosis de Zidane y su efecto contagio

Un equipo para hacer carrera. No resulta nada noticiable que un equipo de fútbol profesional haga veinte minutos de carrera en el inicio del entrenamiento a un ritmo alto, como trabajo de resistencia. Sí resulta curioso que el primer entrenador decida ir a idéntico ritmo que sus pupilos. Zidane es el primero de la fila y lo quiere demostrar hasta en los pequeños detalles. Ya no es que gane tirando faltas a Cristiano Ronaldo, es que quiere ser ejemplar hasta en la parte más pesada del trabajo. Ha alcanzado su meta antes de lo que pensaba. En el Madrid se hace carrera desde el ejemplo.

El brazo alrededor del hombro. “Respira la felicidad del que sabe que está ante la oportunidad de su vida y no la quiere desaprovechar. Es como un niño con zapatos nuevos, que reparte sonrisas y que contagia su entusiasmo”, cuentan desde dentro de Valdebebas. Zidane nunca dejará de ser futbolista. Por eso, entiende lo que el jugador requiere. Con los titulares, exigencia y respaldo; con los suplentes, el brazo alrededor del hombro y charlas personales para que entiendan que las oportunidades llegarán.

“No le hagáis fotos a mis hijos”. Nada más llegar al Real Madrid como jugador, Zidane era un tipo afable en el vestuario y distante con el entorno, hasta empezar a coger confianza. En la imagen de su improvisada y furtiva presentación, rodeado de los que más quiere, me vino a la memoria la primera vez que hablé con él. “Criticad abiertamente mi rendimiento, de fútbol lo que sea, pero no le hagáis fotos a mis hijos. Es lo único que os pido”. Me llamó poderosamente la atención su preocupación por proteger a la familia, más allá de su fútbol.

Sabiendo que vendrán curvas. A pesar del buen ambiente y las buenas caras, Zizou no es un advenedizo y es consciente de que las dificultades llegarán. Necesita constatar en los partidos fuera de casa los indicios que se han visto en el Bernabéu, necesita partidos grandes, ante rivales de similar entidad, para refrendar su propuesta y, sobre todo, es consciente de que algunos de los que hoy le miran con admiración en el vestuario, le pondrán otra cara en cuanto vengan mal dadas. Su única certeza es que ya ha recorrido el camino y, a la postre, se le medirá por lo que sea capaz de ganar, no por lo que ha sido capaz de ilusionar. Igual se conformaría si el gallinero no se lo removiesen desde dentro, aireando la vida y milagros de James, sin ir más lejos.