Ya no se ve el estilo Sandoval
El Atlético fue en Los Cármenes lo que todo el mundo esperaba: un equipo inaccesible que siempre gana. Sin postureo, sin brillantez, sin poesía. Pero gana con rotundidad, sin que nadie se atreva en la sala a levantar la voz. Con superioridad, dominando la técnica de hacer la goma, de apretar y aflojar a su antojo, marcando el ritmo. Un dominio burlón y a veces mentiroso, que consiente al rival, le deja hacer y termina por generarle una suerte de Síndrome de Estocolmo, una forma de veneración a los de Simeone. Por eso el Granada acabó feliz a pesar de la derrota. El Atlético ya es uno de los grandes: intimida tanto su presencia que vale con estar bien, con estar dignos.
Sandoval probó con dos nueves por primera vez en toda la temporada aunque uno, Peñaranda, acabó tirado a la banda con ganas de dar la batalla por arriba. Estuvo el Granada con ganas, intensidad, buscando la rendija por la que colarse en la cámara acorazada atlética para hacer detonar el empate, pero siempre encontró acero. Las dulces derrotas, o plácidas, como Sandoval denominó la del Santiago Bernabéu, no sirven para mucho, más bien suelen aturdir y llevar a la confusión. En los últimos partidos el Granada ha perdido la alegría del principio de la temporada. Ya no se identifica el estilo Sandoval.