¿Es necesario que Luis Enrique sea simpático?
Los jugadores de fútbol no son necesariamente simpáticos, no tienen por qué serlo. Conozco grandes periodistas, de la estatura de Messi o de Ronaldo, que son tan antipáticos, por ejemplo, como Messi o como Ronaldo (no el brasileño: el Ronaldo brasileño es el más simpático de los futbolistas, me parece). Y así de antipáticos hay abogados notables, políticos, médicos eminentes, académicos, y así sucesivamente. Pero es cierto que cuando una persona pública es, además de notable, antipática los medios le exigen que se baje de su carácter y sea tan sociable como parecen serlo los showmen; en realidad los showmen (así era la famosísima Encarna Sánchez, por cierto) son gente muy reservada y ciertamente antipática: la citada Encarna se desplazaba en coche con los cristales oscurecidos para que no la reconocieran sus fans.
Pero es cierto que a la especie futbolística se le exige una simpatía que no parece resultar imprescindible en otros personajes de la vida pública. En España, particularmente, se mezclan las obligaciones de la actitud pública con las actitudes privadas, y así se quiere obtener de famosos cosas que no se le requieren a ciudadanos que no se dedican a lo público. Uno de esos personajes a los que ahora le caen dardos porque no es especialmente simpático es Luis Enrique Martínez, que fue notable jugador del Madrid y del Barça y que luego fue entrenador del Barça B, el Roma y el Celta. Ahora está en el Barça, y obtiene allí resultados tan elevados que los responsables del fútbol español y del europeo ya le rinden pleitesía. Pero como en las ruedas de prensa no es proclive a la coña que nos gusta a los periodistas y como además no acude a los agasajos que se le rinden ya circula por ahí la idea de que es alguien intratable.
Y no lo es, Luis Enrique es un personaje simpático al que no le da la gana regalar su simpatía porque trabaje cara al público. Tengo algunos testimonios privados que lo atestiguan, y tengo uno muy personal que atesoro desde antes de que en el Bernabéu le gritaran (por venganza esotérica) “¡Luis Enrique, tu padre es Amunike!”
Resulta que cuando era uno de los capitanes de la Selección española y yo era editor de libros le mandé a él y a sus compañeros un cargamento de novelas con la intención de que esa literatura les aligerara las concentraciones. El único que me respondió fue Luis Enrique, agradeciendo el regalo. Nunca olvido este detalle; fue conmigo extremadamente simpático y educado. Por eso cuando escucho que Luis Enrique es antipático me pregunto si no será que tampoco con él (“¡Luis Enrique, tu padre es Amunike!”) hemos sido muy simpáticos ni la grada ni los medios.