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La tristeza y la alegría de Sandro

El fútbol es un juego perfectamente serio. Está dominado por el dinero, y lo ha convertido en un espectáculo. Cuando alguien triunfa en él, todo parece color de rosa, pero en realidad para muchos de los que juegan, y también para los que no juegan, es de color verde; verde, de dinero. Pero hay una zona en la que permanece el rosa, la ilusión de marcar, el deseo de parar, el ansia de ganar. Cumplir con esos deseos y con esos sueños marca la vida de los jóvenes futbolistas, hasta que llega el final del sueño de Caperucita. Es cuando no es imprescindible jugar, ni siquiera ganar, sino cuando es imprescindible marcar, dominar, vencer, arrojar al otro al fin del mundo.

Sandro, el joven futbolista del Barcelona que procede del mito de La Masia, decidió ayer hacer un resumen de su estado de ánimo durante el año largo en que no pudo marcar un gol. En su desquite, Sandro actuó como el canario que es: arrojando su melancolía al campo y explicando con su gesto adusto que estaba, como decía Camilo José Cela, “contento pero jodido”. Pocas veces se habrá visto en un campo de fútbol una metáfora tan perfecta de lo que sucede en el alma de un joven jugador cuando recuerda de pronto que antes todo fue un desastre y que ni siquiera lo que ha obtenido es botín suficiente para enjugar sus antiguas lágrimas. El Barça ganó 6-1, jugó como si estuviera compitiendo; había ahí futbolistas, incluidos los del Villanovense , que necesitaban sobresalir para contarlo en casa. Entre todos ellos estaba Sandro; ahora ya podrá contárselo a los suyos. Sin lágrimas.