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Las banderas hay que llevarlas en el alma

Las banderas hay que llevarlas en el alma, primero, y luego donde haga falta. Ya saben lo que hacen los británicos y los norteamericanos, por ejemplo, con sus banderas: las hacen calzoncillos, bragas o bufandas, y no pasa nada. En España el lío de las banderas, en la época de Francia e inmediatamente después, ocasionó muertos y heridos, por la salvaje manía de matar al que pensaba distinto. Fue un horror. Y este asombroso diferendo de las banderas nos persigue hasta hoy y entra, como la manía de pitar los himnos, hasta anoche mismo.

Lo que ha pasado con las banderas que hoy son noticia en el campo del Barça y de otras instituciones futbolísticas europeas es consecuencia de la reiteración con la justicia excita a los pueblos a reivindicar aquello que se les reprocha. Si la primera vez que aparecieron esas banderas, esteladas o no, esas instituciones hubieran dado por recibido el mensaje y no se hubieran precipitado a perseguir incluso al viento que las hace volar probablemente hoy no tendríamos el lío de las banderas que estamos teniendo, y que nos va a perseguir hasta el juicio final, si es que éste no se ha producido ya.

Por lo que se observa en los partidos de fútbol, que es lo que cuenta en este caso, pues son competiciones las que se juegan, no principios políticos, esos encuentros se han celebrado a satisfacción de los distintos equipos que han jugado bajo el influjo ondeante de esos trapos simbólicos. Es cierto que hay legalidades diversas, la de las entidades nacionales e internacionales que han denunciado esa bandería, que se sienten lesionadas por esa exhibición. Y han reaccionado airadamente; luego debieron pensarlo mejor porque declararon una moratoria que cuando menos es curiosa: ¿si han de sancionar, por qué no sancionan? ¿Cómo se puede suspender una sanción cuando se está produciendo de nuevo el gesto sancionable?

El fútbol siempre ha tenido estos incidentes extradeportivos. En la dictadura, Franco usaba el fútbol para distraer a las masas, por ejemplo en épocas de primero de mayo, cuando los sindicatos ilegales querían llevar a la calle a aquellos que se sentían atraídos irresistible mente por el juego de los equipos españoles, incluida la Selección.

Es imposible concebir ninguna actividad humana de carácter público que en un momento determinado no se sienta afectada por las preferencias políticas o ideológicas de cualquier sentido. Decirle a la gente que no lleve banderas al campo, aunque no gusten a unos o a otros es, me parece, como poner puertas, precisamente, al campo.

Dejen que las banderas fluyan, qué más da si en el terreno de juego la real thing, la cosa real, como dicen los ingleses, se juega como Dios manda. Yo, particularmente, me fijo más en lo que hace Neymar que en las banderas.