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El contraste entre el Rugby y el Fútbol

El rugby y el fútbol son ramas de un mismo tronco, pero ¡qué diferencia se aprecia entre ambos! Uno es futbolero radical, pero no deja de envidiar la forma en que el rugby aún preserva los valores que alumbraron el deporte en el Siglo XIX. Algo ha cambiado, sí. No mantiene el purismo de hace cincuenta años, en sus camisetas empieza a haber publicidad, el dinero de televisión entra ya a raudales, pero el juego no se envilece, no se contamina de niñerías ni malos modos. Es un espectáculo hermoso, el espectáculo del esfuerzo desnudo, del dolor compartido, del compañerismo entre contrarios.

Qué contraste entre la forma de aceptar Ben Smith su expulsión temporal (que pudo dar la vuelta al partido) y los revuelos que vemos en cada partido de fútbol con cada tarjeta. Qué hermoso trámite final, con unos y otros, rotos, magullados, incluso sangrando varios, dándose la mano, con los vencidos esperando pacientes el protocolo de la entrega de trofeos, de la entrega de la copa. Qué contraste también con tantas cosas tan distintas como hemos visto en fútbol, que no es el caso citar. Qué seriedad en todo, qué solemnidad, qué canto a las virtudes que el deporte predica, pero no siempre cumple.

Por mucho que disfrute el fútbol, no dejo de envidiar sanamente la conducta de los practicantes del rugby, ese juego que alguien definió como deporte de villanos practicando por caballeros, en contraste con el fútbol, deporte de caballeros practicado, con demasiada frecuencia, por villanos. Me encanta el fútbol por muchas razones, la principal de las cuales quizá sea que cuando alcancé el uso de razón en mi ciudad jugaban Di Stéfano, Puskas y Gento, pero me inclino ante el rugby por su respeto a la norma, al rival, al rito, al público, a la decencia. Una fuente de ejemplos para el fútbol de nuestros pecados.