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El Rayo tuvo pulso hasta el final...

Muchos dirán que el fútbol es cuestión de resultados. Que el Rayo Vallecano regresa, de nuevo, a casa con un saco de goles a las espaldas. Que la osadía le llevó a una derrota anunciada. Sin embargo, haber disparado a puerta 22 veces y tener acorralado al Barça deja un regusto dulce. Cierta sensación de ganador moral porque lo importante en la vida no sólo es el destino final sino todo lo vivido en el camino.

Al descanso, el Rayo seguía respirando. Continuaban los latidos, las pulsaciones, no estaba desahuciado. Las paradas, o paradones, ya en superlativo, de Toño le insuflaban oxígeno. El gol de Javi Guerra bombeaba el corazón vallecano. El delantero marcaba al Barcelona, el mismo rival con quien se estrenó como goleador en Primera (22 de diciembre de 2012). Por entonces, en el Valladolid. Los vallecanos se habían marchado al vestuario perdiendo por la mínima y regresaron enseñando los dientes, muy afilados. El Rayo se sentía vivo, cómodo con el balón y tenía al rival contra las cuerdas. Veinte minutos de toque, ocasiones y fútbol de calidad. Y cuando el empate parecía lo más justo, Neymar marcó las diferencias y los goles. Los de Paco no tiraron la toalla: siguieron peleando, buscando el premio, erre que erre. El Camp Nou enseñó a no bajar los brazos nunca.