Raúl, entre el Madrid y la Liga
Raúl deja el fútbol y como cada vez que se va un grande nos queda una sensación de ausencia íntima. Hace algún tiempo que le habíamos perdido de vista, pero al menos sabíamos que andaba por ahí: por el Schalke, por Qatar, por Nueva York. Ahora dice que se va y es en este momento cuando caemos en que hemos quemado, todos juntos, otra etapa. Han pasado unos años que no volverán. Deja más de mil partidos y muchos goles, pero sobre todo deja un ejemplo, una manera de estar en el fútbol y en la vida. No regaló sonrisas, fue tan serio como decía Paco Gandía de El Viti ‘que cita a los toros en el juzgado’.
No tuvo la facilidad de los ‘superclase’ con el balón, pero entendió el juego como nadie, con astucia de ardilla y resistencia de lobo, y entregó todo su ser al servicio del fútbol. No trabajó para sí mismo, sino para el equipo. Hoy le recuerdo echándose atrás para ver si le podía meter a Anelka el pase que a este le convenía, reprochándome críticas de AS a Iván Campo, intentando atender al pinganillo de Luxemburgo... Tiró del carro del Madrid que logró la Séptima, ganó dos más, se mantuvo como solera del club en la época de los Galácticos, intentando dar equilibrio a un proyecto difícil por lo vanidoso.
Ha sido futbolista de futbolistas. No ha habido jugador con el que yo haya hablado que no se me haya manifestado profundo admirador de él. Su devoción por el fútbol le llevó a prolongar su carrera hasta más allá de los mil partidos, en ese largo viaje por Gelsenkirchen, Doha y Nueva York en busca de un espacio en el que competir aún dignamente, desafiando el paso del tiempo. No ganó el Balón de Oro ni participó de los grandes éxitos de La Roja, pero deja una impronta. El Madrid perdió mucho cuando él se marchó. Haría bien en intentar recuperarlo, pero, ojo, también la Liga querrá tirar de él.