Raúl nuestro de cada día
Colonia Marconi, Villaverde Alto. Allí fui una tarde a buscar a Raúl para llevarlo a la SER. Un barrio humilde, un chaval de 17 años con los ojos abiertos como platos para comerse el mundo. Era un espectáculo verlo entrenar en la vieja Ciudad Deportiva desafiando a los mayores con su frescura y valentía. Se llevó algún palo de varios veteranos, pero no se achantó. Nunca fue demasiado fuerte, no había terminado de formarse físicamente, pero tenía en su mirada la determinación de no dejar escapar aquella oportunidad que le había dado la vida. Un arrojo que le llevaba incluso a ser descarado con Valdano, cuando le sugería que lo alinease de titular con aquella frase insolente: “Si quieres ganar, ya sabes…”.
Listo. El gran mérito de Raúl ha sido llegar tan lejos teniendo unos recursos físicos limitados. Su talento para leer el juego y aprovechar cualquier oportunidad para marcar lo convirtieron en un depredador que hacía temblar las defensas. Siempre al acecho, administrando sus capacidades, Raúl nunca se relajaba durante un partido. Sus primeros años fueron tremendos, con aquella exuberancia juvenil que le permitía estar en todos lados, defendiendo, atacando, en la tele, en la radio, en la noche… Su generosidad en el esfuerzo y su ingenio futbolístico le convirtieron rápidamente en un ídolo, que además llenaba los medios con jovial naturalidad y alegre sonrisa. Es una lástima que en su mejor momento futbolístico le tocase jugar en la Selección cavernícola de Clemente, que además de militarizarlo como al resto, le avinagró el carácter. ¿Qué hubiera pasado si aquel primer esplendoroso Raúl hubiera coincidido en la generación de Xavi, Iniesta y compañía?
Físico. Condicionado por su físico, Raúl tuvo un declive temprano. Nunca fue un atleta. Su pérdida de velocidad y potencia le impedía ganar duelos en los que otras veces se imponía; ya no le era fácil adelantarse a los defensas, perdía en cada forcejeo por la pelota. Aun así seguía siendo el más aplicado a la hora de husmear cada fallo del rival, de buscar cada rechace, de ramonear en el área una jugada abandonada por otros. Siempre dio todo lo que tenía. Ya no estaba para heroicidades a pesar de que el Raulismo fundamentalista mediático siguió reclamando su jerarquía. Luis Aragonés tocó la campanada del final, resistiendo todo tipo de presiones que, además, perjudicaron a la imagen del futbolista.
Plegaria. En noviembre de 2003, antes del España-Noruega de la angustiosa repesca para ir a la Eurocopa de Portugal, escribí en la radio el ‘Raúl nuestro de cada día’ al que nos encomendamos un día más como homenaje: “Raúl nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu anillo, venga a nosotros tu zurda, hágase tu Aguanís así en el barro como en la hierba, tu churrigol de cada día márcalo hoy, perdónanos nuestras dudas, así como nosotros personamos tus vaselinas, no nos dejes caer en el ridículo y líbranos de los vikingos, amén”. Aquella noche Raúl marcó el primero.