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La selección canarinha ya no representa a los brasileños

Estado de negación. El fútbol brasileño, o lo que sobró de él, parece sufrir algún tipo de demencia senil. Después de tocar el fondo del pozo, sigue en estado de negación, creyéndose el mejor del mundo. Hace tiempo que no lo es. Pero los abusadores que se perpetúan en el mando de la selección, de la liga y de los clubes siguen negando la realidad. El 7-1 no surtió ningún efecto. Todo sigue igual, como si nada hubiera pasado. Y los brasileños ya no nos identificamos con la camiseta amarilla que era parte de nuestra personalidad y nos enorgullecía por todo el planeta.

Insultos. El amigo Xico Sá, escritor enamorado del fútbol, cuenta la escena surrealista que ha presenciado viendo el último partido en un bar en Copacabana. “Llegó un momento en que casi todos empezaron a insultar a la selección y a apoyar a Colombia, era el retrato de este Brasil de fútbol decadente; el brasileño ya no se reconoce en lo que era lo más sagrado para él”, cuenta.

Creatividad ahogada. Los pragmáticos y obreros del nuevo fútbol brasileño no lograron sólo acabar con la creatividad y el talento. Acabaron también con la alegría y la simpatía, que eran otras marcas de la canarinha. Este nuevo perfil del equipo, feo, arrogante, soberbio, nació con las selecciones montadas a principios de los noventa por la quinta de entrenadores liderados por Carlos Alberto Parreira, que cortaron las piernas de los jugones y sustituyeron la improvisación del jogo bonito por la fuerza física, la intimidación, la aplicación táctica y la solidez defensiva. La canarinha fue perdiendo la sonrisa. Coincidiendo con todo ello, Dunga fue el primer capitán en levantar la Copa del Mundo sin alegría, soltando insultos en un ataque de ira “contra los críticos”.

Desafecto en Sudamérica. En una entrevista después del partido de Colombia, Dani Alves afirmó que “Sudamérica está en contra de Brasil”. Aunque a mí no me gusten estas declaraciones, el lateral barcelonista tiene razón. Brasil siempre fue el equipo más querido, más amable y más fácil de apoyar. Pero este era el Brasil bonito y alegre, el de otros tiempos. Ahora, ya nadie va con la canarinha. Ni siquiera los brasileños.