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Unos Juegos poco deportivos

Los Juegos Europeos transcurren entre la indiferencia del aficionado. Alguna medalla que otra va cayendo, pero de valor tan relativo que no hay que preocuparse porque sean pocas ni entusiasmarse porque sean muchas. A Bakú han ido los que han podido, han querido, han llevado o han dejado. Estos Juegos comenzaron a perfilarse en plena juerga de la Generalitat Valenciana, presidida por Francisco Camps, por organizar competiciones de muy altos presupuestos, tipo Copa América de Vela o Gran Premio de Fórmula 1. Diríase que los Juegos tenían otro interés que el deportivo. Urdangarín se metió por medio, cobró su comisión, y Alejandro Blanco, presidente del COE, apoyó la idea y la proyectó hacía otros comités europeos.

Cuando se descubrió el pastel, Valencia se olvidó de los Juegos, pero no Blanco. Diez años después, ya están ahí. En Azerbaiyán, país que se ha hecho cargo de los gastos de todas las delegaciones, pues de otra manera las competiciones hubieran sido un fracaso de participación, ya que el interés deportivo era prácticamente nulo. Paridos estos Juegos con unas intenciones poco claras, y celebrada su primera edición sin más candidatura que la de Bakú, con unos gastos colosales, les aguarda un futuro incierto, pues deportivamente no son necesarios. Eso sí, Bakú se está pagando para su gloria el capricho de celebrar unos mini Juegos Olímpicos. Se invierten millones en algo que sólo interesa a una minoría. Es el poder del petróleo y del gas.