La tercera parte

El carácter de Ancelotti, el talante de Guardiola

Juan Cruz
Actualizado a

A la gente se la conoce en los fracasos, como a los países. Un país fracasado, como lo fue el nuestro durante la guerra y después de ella, mantuvo siempre la actitud íntima de lucha que reclamaban Unamuno o León Felipe. No es que haya un carácter español que nos hace afrontar el fracaso como una obligación para partir; es que la desgracia nos hace el carácter más que el éxito. De aquella España confrontada y difícil vino la España que, tras la muerte de Franco, despejó las pesadillas y entró en los sueños. Luego pasaron el desencanto y otros desencuentros con la vida, la economía, la política y las historias, y en estas estamos, como diría Relaño. Rudyard Kipling advertía de las malaventuras del éxito como señal de las conductas y Samuel Beckett advertía: “Hay que fracasar mejor”.

Por todo eso me fijo más en los fracasos que en los éxitos. El fracaso es un hombre solo caminando por un sendero seco, sin nadie que le aplauda, mientras que el éxito es un gentío haciendo ruido y besando al aire, y al fondo hay una banderita que ondea un niño. El fracaso tiene su cara, el éxito es un millón de caras sin nombre o con un solo nombre propio. Si esta semana hubiera ganado el Madrid a la Juventus veríamos al Madrid como una de esas peñas felices (aun en la adversidad) que le escriben a Roncero, que un día subirá al cielo de los benditos vestido de blanco como uno de los aficionados más dedicados y pacientes que haya tenido el club que ama.

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Pero como el Madrid no venció ese lance decisivo en su temporada la imagen, el icono, la razón de ser informativa que ahora preside todas las tertulias y demás diatribas es Ancelotti, su noble entrenador, sometido de manera despiadada al escrutinio madridista como responsable visible del mal momento. En una circunstancia más placentera de la temporada, cuando el Madrid iba con viento de cola (y tenía la cara feliz), a Ancelotti lo inundaron de virtudes, algunas terminaron haciéndole daño: se decía que era paciente, que puso mano de seda en el vestuario y que, al contrario de lo que pasó con su antecesor tunante, habían hecho la paz con todo dios, incluido Dios. Luego resultó que ese carácter no bastaba y los resultados terminaron poniendo a Ancelotti en el lado perdedor y en el lugar del fracaso. Ahora mantiene una dignidad en la derrota que parece extraída de ese famoso poema, If, en el que Kipling alerta contra la impostura del ganador. La encuesta de ayer de AS le rinde homenaje y yo me alegré.

Con Guardiola pasó también la circunstancia del fracaso, a la que él se había adscrito hace años, cuando el Barça lo despojó de galones antes de tiempo, cuando era futbolista. Su reacción tras la eliminación del Bayern, su trato a sus futbolistas, su consideración hacia los antiguos suyos que ahora lo habían vencido, dice mucho de su talante. A mí me han gustado ambas reacciones, la de Ancelotti y la de Guardiola; eso es bueno para el fútbol, porque son lecciones en la derrota, no las facilonas celebraciones del éxito.

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