Mayweather-Pacquiao, ruido sin nueces
El boxeo ha perdido mucho seguimiento en bastantes zonas de la tierra, entre otras la nuestra. En los cincuenta, Fred Galiana llegó a llenar la plaza de toros de Las Ventas. En los sesenta, con el inicio de la televisión, Folledo, Legrá y Urtain pararon España con sus grandes combates. Aquello pasó. El boxeo fue víctima de sus propios males: mucha imagen de tongo más una atomización de organizaciones y categorías para multiplicar los títulos mundiales, en una suicida política inflacionaria. También le ha perjudicado la evolución de la sociedad, que en ciertas partes le ha opuesto reparos.
Dos hombres pegándose para diversión de otros... El daño inevitable al cerebro que acumula muchos golpes... Ambas cosas están ahí, sí, pero también unos valores únicos. La valentía del que se enfrenta a otro sin escondites ni compañeros, entre unas cuerdas... El control de la violencia, ese detenerse a cada gong, para ir al rincón... Esa mirada al inicio, ese abrazo al final... Cosas que sólo tiene este deporte y que quizá sirvan para explicar el revuelo que ha montado este combate entre Mayweather y Pacquiao. Eso y el márketing de que se rodeó. ‘El combate que detendrá el mundo’, lo definieron.
El americano ostentoso y maltratador, que se retrata frente a su jet propio y ocho coches despampanantes, y el filipino bueno, que lanza en la presentación su ‘Dios es amor’. Dos seres, dos mundos, dos grandes que no se habían enfrentado aún, gracias a esa atomización de que hablaba antes. Como si Nadal y Federer, o el Madrid y el Barça, se enfrentaran por primera vez, como dijo bien Jaime Ugarte. Pero ¡ay! a la hora de la verdad la leyenda se esfumó. Mayweather rehuyó la pelea y se las apañó para puntuar más que el simpático e insistente Pacquiao. Mucho ruido, pocas nueces y ganó el impío.