Lo que dejó la sangre de Krychowiak
Emery tenía que tomar una decisión. Con Krychowiak echando sangre a borbotones en mitad de un salto bravo con Sergio Ramos, era sustituir a su jugador boya, una de las banderas de su equipo, o esperar a que parase la hemorragia. Unai esperó y al polaco le curaron en la banda, pero el que echó sangre fue el Sevilla, rajado por el centro y por Cristiano, que es un demonio cada vez que aparece por Nervión. Una penalización cruel: con el hombre escoba que despeja lo que pasa por el área atendido, dos goles en ocho minutos. El fútbol son decisiones y esta vez a Emery le salió cruz.
Como el día del Barça, el Sevilla encontró un gol antes del descanso que pareció hacer vigente de nuevo el plan. Y no faltó mucho porque, pese al estacazo del 1-3, compitió con el entusiasmo y la energía de un equipo con sello. Reyes y Denis zigzaguearon entre líneas, Tremoulinas llegó a línea de fondo, Iborra puso el picante del 1-2 y Gameiro alborotó el área. Y por encima de todos, Aleix, ese chaval que descubrió Alcaraz en Almería, donde andaba como un anónimo en el filial, que llegó como secundario este año y que, si existiese el galardón, posiblemente ganaría el premio a jugador más mejorado del año. A Marcelo le dio la noche. El Sevilla, al fin, entregó 34 partidos después las llaves de Nervión. Le ganó un entidad gigantesca pero no se fue empequeñecido sino con el cargador enchufado para llenarse la batería. Viene la Fiore...