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Los futbolistas a los que no les gusta el fútbol y lo reconocen

No les gusta. Pues sí. Resulta que a muchos jugadores no les gusta el fútbol. Como lo oyen. Y, ¿por qué debería extrañarnos? Una de las claves para sobrevivir la profesión de futbolista es no mostrar ningún tipo de debilidad. Si duele, a aguantar. Si se está cansado, que no lo parezca. Si se está deprimido, a morderse el labio. Por eso cuesta encontrar a uno que, estando en activo, admita su desdén por el fútbol, esa realidad que debe costar tanto entender a un aficionado. Pero alguno hay. Incluso en un paraíso futbolístico como Inglaterra, donde el profesional es tratado como un semidios.

Sólo dos. A menudo pregunto en las entrevistas con conocidos jugadores lo siguiente: Imagínese paseando por un parque; se le acerca un balón perdido, unos chavales lo reclaman y le piden que se junte con ellos a dar unos toques. ¿Jugaría? Se alarmarían si supieran los que contestaron un rotundo no. De hecho, sólo dos dijeron, “por supuesto”. Beckham y Zidane. Ejemplos. El exportero del Tottenham, Espen Baardsen, se desilusionó con la profesión a los 25 años y acabó por convertirse en analista financiero. Curtis Woodhouse es ahora boxeador pero empezó en el fútbol, y lo dejó porque lo sentía como una profesión, no una vocación. El ex del Chelsea Pat Nevin reveló en el libro In ma head, son! un dato fascinante: “Ser futbolista es lo que hago, no lo que soy”.

Bentley. Y eso nos lleva a un par de jugadores de una era más reciente. David Bentley (jugó en Arsenal, Blackburn y Tottenham, un internacional inglés que no alcanzó las expectativas previas) admite que se retiró porque “nunca me sentí futbolista”. La cultura futbolística, admite, te convierte en un robot y acabas desenamorándote. “Tienes que venderte constantemente: a los medios, al entrenador, a la afición. Y yo pasaba de hacerlo”. El amor por el fútbol se acabó al alejarle de la cantera del Arsenal: allí jugaba con sus amigos, lo venían a ver sus padres, había una atmósfera amateur que permitía que todo fuera un juego. No le gustó ser profesional. Ahora es copropietario de un restaurante en Marbella.

Sin equipo. Benoît Assou-Ekotto, ex del Tottenham, nunca ocultó que no le gusta ver fútbol. Llegó a admitir que jugaba por dinero. “Sólo tenemos diez años en esta profesión y necesitaré la pasta al acabar”, afirma. Seguro que no es el único que piensa así, pero sí el más valiente por admitirlo. Por cierto, su contrato fue rescindido por el conjunto inglés este mismo mes y está sin equipo. La falta de pasión impone límites.