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Oda a las cosas rotas

Pablo Neruda engañó a todo dios: parecía el poeta de la plenitud y estaba siempre volviendo a la infancia rota, a las cosas rotas. A la vida rota. Uno de sus poemas más tristes trata de un jarrón, pero no es verdad: trata de sí mismo, como de sí mismo tratan casi todos sus poemas tristes. Ese poema se parece a la actualidad del Barça, que no merece una oda sino, ay, una elegía, un lamento lorquiano. Neruda tituló su elegía Oda a las cosas rotas, y así acababa: “Las cosas que nadie rompe pero se rompieron”.

Al Barça se le empezaron a romper los jarrones, a hacerse añicos, cuando Pep Guardiola, vete a saber por qué rupturas, hizo añicos su dependencia y se fue a estudiar inglés a Nueva York. Luego vino la triste historia de Tito Vilanova, que luchó como un jabato en marea alta, cuando el barco no se hundía del todo porque Dios es grande. Sandro Rosell apuñaló el proyecto de todas las maneras posibles, y Zubizarreta, estólido como el portero de un gran hotel de los líos, aguantó el chaparrón cuya agua él también había vertido como lágrimas de nada. Ahora ha culminado esta comedia maldita con su destitución, con la marcha de Carles Puyol, que es como si el Jabato se hubiera ido de la guerra. Demasiados jarrones rotos, demasiado polvo dejan atrás las cosas rotas del Barça. Ahora es el lamento; todo viene porque el equipo es literalmente lamentable, pero estos lodos vienen de lejos, como la suciedad que dejan las tormentas. Las cosas que nadie rompe… Pues ahí están, rotas.