Ancelotti, Luis Enrique y los insultos

Ancelotti declaró ayer que el insulto es violencia. Muy bien. Sus palabras contrastan con los razonamientos de Luis Enrique en la víspera. No sé qué le condujo a eso, si convicción intelectual o ese torvo gusto por la provocación con que comparece en las ruedas de prensa. En todo caso quedó como mal y dejó mal a su club. Y quién sabe si con su torpe alegato dio pie a que Jordi Alba se expresara en la misma dirección. Es curioso, el Barça, donde Laporta dio una lección de firmeza sin precedentes en este terreno, se va a acabar dejando ganar la partida por el Madrid, que empieza ahora y arrastrado.

Lo que dice Luis Enrique tiene mucho de cinismo resignado. En días en que se trata de establecer de forma común un punto final, acude a la costumbre. ¿Costumbre de insultar? Sí. Pero se trata justo de cambiar eso. Hace un siglo las mujeres no votaban en este país. A nadie se le hacía raro. Hace medio siglo, cuando yo era un chaval, en el metro había carteles de ‘prohibido escupir’ y a nadie se le hacía raro. Hace veinticinco, los clientes de los bares tiraban las cáscaras de gambas y mejillones al suelo de la barra y a nadie le parecía raro. Esas cosas y muchas más, graves o no tanto, ya ni pasan ni pueden pasar.

Así que ‘que se haya insultado siempre’ no es motivo para darlo por bueno, salvo que pensemos que el insulto es, en sí, bueno. Y añadiré otra cosa, ya que llevo tiempo viendo fútbol: se insulta más y peor que antes. Siempre hubo insulto, en general conectado con la acción de juego. Pero el insulto coreado, preconcebido, rimado y con frecuencia arrojado sobre terceros que no están en la pugna, es novedad relativa. Lo hemos dejado ir muy lejos, es hora de corregirlo. Y alguien que, quiera o no, tiene cierto papel de modelo social y más de portavoz del Barça, debería saberlo. O tener quien se lo explique.