Liverpool: 62 millones en fichajes pero nadie habla de ganar la Premier
Sensación única. Cuando el Bolton visitó Anfield por primera vez con Fernando Hierro en el equipo, el excapitán del Madrid le pidió a su entrenador, Sam Allardyce, que le dejara saltar al césped antes que el resto de futbolistas, mientras se iba a cantar el You Never Walk Alone. “¿Y eso?”, le preguntó. “Me ha dicho Morientes que lo que voy a vivir aquí va a ser único”. Allardyce le dejó. Y la sensación fue sencillamente memorable (Morientes le firmó una camiseta a Sam para agradecerle el gesto con su compañero). Era solo un partido de liga, pero la canción le puso los pelos de punta a Hierro. Tiene algo Anfield, eso es innegable. Y el Liverpool es además irrepetible con otro asunto: el de los entrenadores. Desde la aparición de Bill Shankly, que transformó al club, y los títulos de Bob Paisley, es un club de managers, y se magnifica y glorifica su labor: pierden y ganan ellos, y sí ganan, se convierten en dioses.
Otras expectativas. Tras un cambio de expectativas, de nuevo único en la historia del club, ahora la afición se conforma con mucho menos de lo que pedía hace tan sólo cinco años. Y eso que por aquel entonces, con Rafa Benítez en el banquillo, el dinero era escaso: se ha pasado de un gasto neto cero en el 2009 a 62 millones de euros este verano. De hecho, desde la última vez que el Liverpool estuvo en la Champions, hace un lustro, se ha gastado 430 millones de euros en fichajes pero nadie habla de ganar la liga como se demandaba entonces.
Cambio de roles. El Liverpool ha perdido tres de sus cuatro primeros partidos de liga y pudo hacer lo propio en su debut en Europa ante el Ludogorets búlgaro. Le faltan centrocampistas con experiencia, ha tenido que improvisar a Steven Gerrard de cuatro (dice que se ve vídeos de Xabi Alonso), a Coutinho de seis, a veces a Sterling de diez, a Lallana de ocho, todos fuera de posición. Y ha fichado a Balotelli, aunque no tiene muy claro lo que debe hacer y a la media parte del partido de Champions Brendan Rodgers le tuvo que decir que jugara del punto de penalti hacia la portería. O sea, de nueve.
Un 4-3-3 bien distinto. Rodgers ha atraído la atención del Barcelona y de la federación inglesa. Lo que hizo el año pasado fue remarcable, incluso si se considera que mucho de ello tuvo que ver con el estado de forma de Luis Suárez. Y con tener que jugar un partido por semana. Este es el año en el que demuestra que tiene una idea clara de juego (empezó con un 4-3-3 muy como el Barcelona y ha acabado con un 4-3-3 muy como el Madrid), que puede con la presión y que sabe cambiar dinámicas negativas como la que está viviendo el equipo. Es decir, tendrá que demostrar su valía al más alto nivel. La afición, de momento, le adora.
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